La
aparente actitud paradójica en Bachelard resulta estimulante, pues si, por un
lado, a principios de su carrera, optó por llevar a cabo una historia
filosófica de la ciencia, a fines de su vida, por otro, gustó de sumergirse en materias y
motivos sutiles o insólitos, infrecuentes, en todo caso, para quien había decidido enfocar
positivamente el transcurso de la realidad.
Bachelard
aborda temáticas de orden fascinador con la idea de determinar sus dinámicas
más o menos formales, es decir, sus poéticas: Poética del espacio, Poética de la ensoñación, El derecho a soñar, Psicoanálisis del fuego,
son algunos de los títulos de sus intentonas de acercamiento a lo inconcreto o
bien, a lo huidizo o difícilmente clasificable. Que el conocimiento sistemático
se aplique al mundo numinoso de lo simbólico, que la dimensión estética se
convierta en el valor máximo que conceptúe el destino de la realidad son
ofensivas que Bachelard despliega como una sugerencia abierta de investigación.
Lo interesante para el mundo de las Humanidades es que lo que Bachelard plantea
no es una mera especulación, sino una afirmación del habitar soberano del
hombre y una búsqueda del misterio que nos rodea, pues, en el caso que nos
incumbe ahora, para el autor francés, el ensueño supone una operación necesaria
para vivir óptimamente. Es decir: el
ensueño sería el impacto que las cosas producen en el hombre al tiempo que
dicho impacto se traduciría en un modo de adaptación ante el
conjunto de tales cosas.
Es
notable considerar que el material bibliográfico que Bachelard emplea cuando se
interna por estos terrenos etéreos, es, sobre todo, el de la literatura, mucho más
que el puramente filosófico. Y es que para Bachelard las obras literarias y de
un modo singular, la poesía, contienen pasajes cuyo significado es totalmente
alusivo y revelador. El valor positivo de la narrativa o de la poesía, es algo
que Bachelard confirma al partir de las intuiciones de los grandes autores para
cerrar el círculo conceptual de un motivo.
Esta
Poética de la ensoñación, diríase que
es una de las poéticas emprendidas intelectivamente por Bachelard más
primordiales, pues de ella se derivan concepciones de mundo, entramados
mitológicos y formas de habitar y
trascender el tiempo. Bachelard distingue entre sueño y ensueño, entre soñar y
ensoñar. El sueño es algo que nos acontece en el marco profundo de la psique,
la ensoñación es una actividad del sujeto que puede modular imágenes de mundo y
darle a la realidad un destino nuevo que resulte beneficioso para la persona.
Bachelard
especifica todavía más y a la hora de dar ejemplos de ensoñación y de
ensoñadores que fueron más allá de lo meramente sorpresivo, cita a los poetas y
dice que la estricta ensoñación supone un declive ante lo que la imaginación
poética puede suponer. Esta articula una ideación harmonizadora, mientras que
la misión delicada de la ensoñación consistiría en hallar en los estratos
distintos de lo real lo que la imaginación poética concibe. En el fondo, ambas
cosas son aliadas de una misma operación de revelación de mundos.
Para
Bachelard, pues, la ensoñación tiene una misión muy concreta, de excelencia
práctica: modular la realidad perceptible para poder habitar mejor el mundo. La
complicidad con la obra de los poetas es de índole demiúrgica, digamos: estos
no definen el mundo, como los filósofos, sino que se encargan de que podamos
vivir más felizmente la vida gracias a esa sensibilidad que exalta la belleza y
la habitabilidad del universo.
Especifica
Bachelard: la ensoñación es una actividad
psíquica manifiesta. Proporciona documentos sobre diferencias en la totalidad
del ser.
En
otro punto, aclara: algunas ensoñaciones
poéticas son hipótesis de vidas que amplían la nuestra.
Es
decir, que la ensoñación sería algo hasta cierto punto inevitable en el mundo
de la cultura. El hombre, al ensoñar el tiempo y el espacio, adecua estos a sus
propias coordenadas existenciales al tiempo que se deja fascinar por lo que le rodea, trascendiéndolo de este modo. La
ensoñación sería, entonces, algo natural:
la extrañeza del entorno provocaría tanto la admiración ante lo visto como la búsqueda
final de sentido. Victor Hugo decía que un mar observado era un mar soñado. Aquí
se hace inevitable señalar la singularidad del objeto. A propósito de matices
como este, Bachelard hace mención a las ensoñaciones de la infancia, o a la
dimensión y significación de la ensoñación cósmica. Los objetos ensoñados
describen tramas específicas.
La
ensoñación es la virtud poética por excelencia en tanto que es una operación
que localiza e inteligibiliza los mundos con la finalidad de habitar soberanamente
el universo que deviene y alcanzar, disfrutar de la belleza como resultado
final de tal periplo.
No
me abstengo de señalar aquí una notable y suculenta observación de Bachelard
acerca del efecto del tiempo sobre nuestras facultades: Con el paso del tiempo, es la memoria quien sueña, mientras que las
ensoñaciones, recuerdan.
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