Borges aconsejaba ser sencillo en la expresión literaria,
pero ahí está Lezama Lima mostrándonos todo lo contrario. Existen
sensibilidades barrocas. Véase la literatura del Siglo de Oro. Nuestros
clásicos son barrocos. Un paso de Semana Santa es algo abigarradamente barroco.
El consejo de Borges es adecuado, pero cada uno intentará expresarse según lo
que crea percibir o cómo lo perciba. Borges y Lezama como las dos caras del Jano
bifronte de la escritura literaria.
Algo que perjudica bastante a las películas de Buñuel, sobre todo las de mediados y fines de los setenta, es el desesperante y pésimo doblaje. La noche del sábado “intenté” ver El fantasma de la libertad. Ni entendía ni escuchaba apenas lo que decían los personajes teniendo el volumen a 100, es decir, al máximo.
Los
problemas que para algunos ciudadanos supone lo que se llama la brecha digital no deja de
corresponderse con otro tipo de molestias que parecen estar pululando
últimamente en diversos procesos administrativos y que la pandemia ha disparado.
Este fastidio se ha desplazado incluso a las bases de los premios literarios.
Antes enviabas tu trabajo con la imprescindible plica. Ahora tienes que
preinscribirte, rellenar un certificado y hacer no sé cuántas declaraciones
juradas de que lo que envías es inédito, es de tu autoría, no ha recibido
ningún otro premio y no sé qué otra cosa más. Lo temible de todo esto es que
tales procesos tienden a enfurruñarse más con el tiempo, del mismo modo que
ocurre con las medidas de seguridad de estaciones y lugares semejantes que no
hacen otra cosa que multiplicarse en su obsesión por controlar el más mínimo
movimiento de los viajeros.
¿Hasta
qué punto un realismo patético o que se demore con cierta voluptuosidad en los
detalles, como por ejemplo, el de Ramón Casas, no acaba
convirtiéndose en una suerte de simbolismo? La diferencia entre ambas
perspectivas está clara, pero la paulatina conversión es posible. Destacar un
objeto entre otros, tratamientos específicos de color, pueden adensar la
representación realista y deslindarla un tanto de su tendencia. ¿Es realista Sorolla,
por ejemplo? La temática podría serlo pero no su tratamiento.
Veo en la tele a un robot, supuestamente de género femenino, que se mueve y gesticula como una persona, reaccionando ante la presencia de personas. La pobre robot está calva y tiene una cara un tanto estúpida. Me pregunto yo qué tipo de utilidad tiene un engendro como este, teniendo en cuenta el trabajo que ha costado hacerlo, dicen. Pasan de esta noticia a otra. La sensación que se me queda es la de haber contemplado a un cacharro patético cuando no, siniestro, como todo lo que artificialmente intenta reproducir o sustituir al humano. Recordemos el pavor de Borges a los espejos.
Visiono
videos de Paco de Lucía de los años sesenta y setenta. El efecto es
sorpresivo. Tantos años viendo a Paco de Lucía tocar la guitarra y es ahora,
que ya no está con nosotros, cuando me quedo estupefacto ante su genialidad
interpretativa, cuando me doy realmente cuenta de quién era, de su valor
artístico. Antes, quizás, me podría guastar verlo, pero el hecho de la muerte
añade un fulgor revelador a su imagen. El Paco de Lucía que veo ahora es el que
ha conquistado la eternidad, un Paco de Lucía inmortal.
En el lumpen y la bohemia de la Alemania de fines del XIX, al sexo de la mujer se le denominaba: el sótano de las lechugas. Encuentro la información en el cochingango diario de Franz Wedekind, el autor de Lulú.
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