jueves, 12 de mayo de 2022

DOS DELICIAS



DENTRO- de luz

Miguel Hernández 

De modo distinto al poema en prosa, en la poesía en verso, “el material” semántico-metafórico está integrado en una forma que lo transmuta en expresión, que le hace trascender la pesantez teórica, y convierte en canción lo que antes podríamos denominar y clasificar como "texto".

En la poesía en verso no hay exposiciones dialécticas, o al menos están sublimadas. Es el poema en prosa el que se permite merodear por tales ámbitos, convirtiendo todo motivo en pretexto exhibitorio de su utillaje infinito.

Los aspectos normativos de lo textual están, pues,  más presentes en el poema en prosa que los presenta como una demostración de su poder intelectivo, del grado de discriminación racional practicado a través de su escritura.

En el poema en prosa la razón poética no esconde sus variaciones, sus elecciones, sus demoras: hace gala de su capacidad imaginativa, de su plasticidad lógica y simbólica. Por eso se denomina prosa a este tipo de registro poético, pues se encuentra más próximo a las filtraciones y sucesiones del lenguaje que al definitivo distanciamiento sublimante del verso.  

En estas prosas poéticas de Miguel Hernández, reunidas bajo el nombre de Dentro - de luz,  los elementos poéticos que componen fundamentalmente su cosmovisión – la huerta, los árboles, el río Segura, los vecinos, las costumbres de la sociedad, las calles, los efectos del sol -  están más directamente expuestos, más nítida y simplemente reconocibles que en su poesía en verso. No digo ni que mejor ni que peor, sino más inmediatamente reconocibles.

La facilidad con que tales elementos fluyen en la escritura y que de un  modo tan soberbio y maestro componen su poesía, aparecen en estos textos configurando un territorio mítico específico de una completud semántica admirable. Aunque Hernández quiera experimentar en estas prosas con determinadas palabras, percepciones o motivos, el ajuste lírico resulta tan redondo que no sobra ni falta nada: un mundo poético concreto reclama su derecho a ser y acontece ante nosotros desplegando tersuras, colores, imágenes de una sensibilidad exultante y barroca a placer.

Es en el poema en prosa donde la razón da cuenta de su capacidad de poetización, del poder alusivo y plástico del lenguaje realizado desde el registro minucioso y lógico. Es el poema en prosa, producto típico de la modernidad en el pensamiento y la escritura, donde se determina la literaturización del mundo, donde se comprueba la conversión en poesía de todo material circundante. El pedestal de la conversión de lo real en experiencia poética posible se insinúa en el poema en prosa que refleja este acontecer poético de todo objeto perteneciente al mundo indistinto de lo prosaico como material significativo e interesante para la escritura.  

Si examinamos estos textos de Hernández y los comparamos con su poesía escrita en verso, percibiremos los vasos comunicantes de un mismo mundo, enfocado desde registros distintos pero finalmente convergentes.  Las alusiones a los árboles, al río, a los frutos, las estaciones, las calles o las personas, se perciben en los poemas en prosa como componentes de un universo que pertenece a una realidad inmediata, no desmaterializada o retocada. Digamos que la coherencia formal y conceptual de los poemas en prosa se desprende de una valoración actual que supone nuestra pertenencia a su territorio de conexiones o motivos. Las potenciaciones con que la modernidad ha revestido y bautizado a la realidad hallan en el poema en prosa las consecuencias profundas de tal metamorfosis.

 



DIARIO ÍNTIMO. Juan Ramón Jiménez.

 El diario recoge las anotaciones de Juan Ramón durante un brevísimo período de tiempo, sito en el año de 1903, durante sus primeras estancias en Madrid.

Estas notas son la suculenta pero escueta demostración de lo que podría haber sido otra muestra más de la sensibilidad y de la escritura de un poeta vulnerado por el amor, la muerte  y los hipercromatismos de las tardes.

Juan Ramón Jiménez es un joven poeta que tras haber disfrutado del cuidado monjil de jóvenes enfermeras entregadas a Cristo en un sanatorio para neurasténicos, pasea bajo los fulgores broncíneos y anaranjados de los árboles  del parque, intentando distraer la melancolía con gotas de opio  y visitando a amigos artistas y poetas, sin acabar de evitar lóbregas ideas acerca de la proximidad angustiante de la muerte.

Jiménez sueña mórbidamente con las carnes virginales y el rostro níveo de la monja que  veló por la salud  de su alma obsesiva y no se le escapa ni una sola de las múltiples variaciones de luz y color que la naturaleza brinda a la humanidad en jardines, calles estrechas, avenidas llenas de sol, cielos crepusculares o emplazamientos botánicos…

Resulta interesante comprobar hasta qué punto los motivos poéticos de Juan Ramón Jiménez, flores, el espectro total de los colores, nubes, jardines, hojas secas, otoños y demás sensualidades ambientales, se tornan obsesiones de la percepción cosificándose en un puro catálogo de alusiones plásticas.

Hay un detalle que no sé si será curioso de señalar. Se dice que los intelectuales de la generación del 98 redescubrieron las especificidades culturales de cada región del país. Para Juan Ramón,  Pérez de Ayala es el asturiano, que incluso viste con las ropas tradicionales de su pueblo, o Sorolla presenta en su pintura todas las virtudes luminosas de su patria valenciana. Tal y como lo dice Juan Ramón, no se trata tan sólo de peculiaridades adjetivas, se nota cierta extrañeza ante los orígenes de cada escritor o artista, como si en la época tal extrañeza fuese real ante los distanciamientos físicos, geográficos y temperamentales de los españoles.

El libro está deliciosamente publicado con ilustraciones, fotografías, textos añadidos y la reproducción del propio diario, escrito de la mano del vate.    

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