DENTRO- de luz
Miguel Hernández
De modo distinto al poema en
prosa, en la poesía en verso, “el material” semántico-metafórico está integrado
en una forma que lo transmuta en expresión, que le hace trascender la pesantez
teórica, y convierte en canción lo que antes podríamos denominar y clasificar
como "texto".
En la poesía en verso no hay
exposiciones dialécticas, o al menos están sublimadas. Es el poema en prosa el
que se permite merodear por tales ámbitos, convirtiendo todo motivo en pretexto exhibitorio de su utillaje infinito.
Los aspectos normativos de lo
textual están, pues, más presentes en el
poema en prosa que los presenta como una demostración de su poder intelectivo,
del grado de discriminación racional practicado a través de su escritura.
En el poema en prosa la razón
poética no esconde sus variaciones, sus elecciones, sus demoras: hace gala de
su capacidad imaginativa, de su plasticidad lógica y simbólica. Por eso se
denomina prosa a este tipo de registro poético, pues se encuentra más próximo a
las filtraciones y sucesiones del lenguaje que al definitivo distanciamiento
sublimante del verso.
En estas prosas poéticas de
Miguel Hernández, reunidas bajo el nombre de Dentro - de luz, los
elementos poéticos que componen fundamentalmente su cosmovisión – la huerta,
los árboles, el río Segura, los vecinos, las costumbres de la sociedad, las
calles, los efectos del sol - están más
directamente expuestos, más nítida y simplemente reconocibles que en su poesía
en verso. No digo ni que mejor ni que peor, sino más inmediatamente
reconocibles.
La facilidad con que tales
elementos fluyen en la escritura y que de un
modo tan soberbio y maestro componen su poesía, aparecen en estos textos
configurando un territorio mítico específico de una completud semántica
admirable. Aunque Hernández quiera experimentar en estas prosas con determinadas
palabras, percepciones o motivos, el ajuste lírico resulta tan redondo que no
sobra ni falta nada: un mundo poético concreto reclama su derecho a ser y
acontece ante nosotros desplegando tersuras, colores, imágenes de una
sensibilidad exultante y barroca a placer.
Es en el poema en prosa donde
la razón da cuenta de su capacidad de poetización, del poder alusivo y plástico
del lenguaje realizado desde el registro minucioso y lógico. Es el poema en
prosa, producto típico de la modernidad en el pensamiento y la escritura, donde
se determina la literaturización del mundo, donde se comprueba la conversión en
poesía de todo material circundante. El pedestal de la conversión de lo real en
experiencia poética posible se insinúa en el poema en prosa que refleja este acontecer
poético de todo objeto perteneciente al mundo indistinto de lo prosaico como material significativo e interesante para la escritura.
Si examinamos estos textos de
Hernández y los comparamos con su poesía escrita en verso, percibiremos los vasos comunicantes
de un mismo mundo, enfocado desde registros distintos pero finalmente
convergentes. Las alusiones a los árboles,
al río, a los frutos, las estaciones, las calles o las personas, se perciben en
los poemas en prosa como componentes de un universo que pertenece a una
realidad inmediata, no desmaterializada o retocada. Digamos que la coherencia
formal y conceptual de los poemas en prosa se desprende de una valoración
actual que supone nuestra pertenencia a su territorio de conexiones o motivos. Las
potenciaciones con que la modernidad ha revestido y bautizado a la realidad
hallan en el poema en prosa las consecuencias profundas de tal metamorfosis.
DIARIO ÍNTIMO. Juan Ramón Jiménez.
El diario recoge las anotaciones de Juan Ramón durante un brevísimo período de tiempo, sito en el año de 1903, durante sus primeras estancias en Madrid.
Estas notas son la suculenta pero
escueta demostración de lo que podría haber sido otra muestra más de la
sensibilidad y de la escritura de un poeta vulnerado por el amor, la muerte y los hipercromatismos de las tardes.
Juan Ramón Jiménez es un joven
poeta que tras haber disfrutado del cuidado monjil de jóvenes enfermeras
entregadas a Cristo en un sanatorio para neurasténicos, pasea bajo los fulgores
broncíneos y anaranjados de los árboles del
parque, intentando distraer la melancolía con gotas de opio y visitando a amigos artistas y poetas, sin
acabar de evitar lóbregas ideas acerca de la proximidad angustiante de la
muerte.
Jiménez sueña mórbidamente con
las carnes virginales y el rostro níveo de la monja que veló por la salud de su alma obsesiva y no se le escapa ni una
sola de las múltiples variaciones de luz y color que la naturaleza brinda a la
humanidad en jardines, calles estrechas, avenidas llenas de sol, cielos
crepusculares o emplazamientos botánicos…
Resulta interesante comprobar
hasta qué punto los motivos poéticos de Juan Ramón Jiménez, flores, el espectro
total de los colores, nubes, jardines, hojas secas, otoños y demás sensualidades
ambientales, se tornan obsesiones de la percepción cosificándose en un puro
catálogo de alusiones plásticas.
Hay un detalle que no sé si
será curioso de señalar. Se dice que los intelectuales de la generación del 98
redescubrieron las especificidades culturales de cada región del país. Para Juan
Ramón, Pérez de Ayala es el asturiano,
que incluso viste con las ropas tradicionales de su pueblo, o Sorolla presenta en
su pintura todas las virtudes luminosas de su patria valenciana. Tal y como lo
dice Juan Ramón, no se trata tan sólo de peculiaridades adjetivas, se nota
cierta extrañeza ante los orígenes de cada escritor o artista, como si en la
época tal extrañeza fuese real ante los distanciamientos físicos, geográficos y
temperamentales de los españoles.
El libro está deliciosamente publicado con ilustraciones, fotografías, textos añadidos y la reproducción del propio diario, escrito de la mano del vate.
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