En algún lugar de Estados Unidos, un día del año 1980, alguien almorzaba unas tostadas o se tomaba un melancólico café en un bar algo frío y destartalado, a pesar de la iluminación. La soledad del comiente es la anécdota de la imagen, que subraya la extraña luz que parece entrar deslizándose por el margen tras el individuo. La luz ámbar de la imagen empaña de cierta extrañeza la escena que no parece suponer ningún otro misterio que no sea el puramente humano: comer solo es toda una confirmación del silencioso drama interior del sujeto. Independientemente de ello, los colores y tonos poseen poderes narrativos específicos.
Esta fotografía me confundió a
la hora de datarla. Creía que era de los años sesenta, de la época hipi, pero resulta
que es de 1922. No sé bien qué fue lo que me distrajo: ¿dos mujeres besándose;
la inocencia, lo lúdico del gesto que borra la lectura perversilla, lésbica,
creyendo que todo ello era más fácil, suponerlo actualmente y no en los años
veinte?
Otra imagen que parece
engañosamente actual. Se trata de una toma lejana de la pista de hielo de New
York, donde la gente patina tranquilamente. Por la nitidez de la imagen
nocturna, la presencia emblemática de los edificios y la audaz composición,
imaginaríamos que la foto no es muy lejana en el tiempo. Podría tratarse de una
fotografía de los años setenta, por ejemplo, pero data de febrero de 1954. La
imagen me hace recordar esos cuadros de Brueghel el Viejo, donde un grupo de
individuos retoza o se mueve en un espacio específico. El poder
representacional es redondo y contundente: en una sola imagen se nos habla de
la felicidad y sofisticación de los ciudadanos de una gran urbe moderna. El
suceso se da en el seno de la propia ciudad, la pista de patinaje está protegida
por la cadena de lustrosos edificios de cristal, y estos mismos y la ciudad
toda, a un tiempo, están enmarcados y guarecidos por el cielo de la noche azul.
Expresión graduada del microcosmos en el macrocosmos.
Ese pañuelo trata en vano de envejecer
o maniatar el entusiasmo de esta niña, que con su gesto de libertad y
naturalidad nos promete que la felicidad le corresponde. Se trata de una
inmigrante, recién llegada a Estados Unidos, a principios del siglo XX. ¿Sería, en efecto, feliz?
El cartel se convierte en todo
un arte a mediados y fines del XIX. Pocas expresiones más condensadoras de soluciones
de lo representacional relativas al mundo del espectáculo, la danza o la ópera.
Aún recuerdo, aquí, en Orihuela, las estupendas carteleras del Teatro Circo, lo
que impresionaba un buen cartel anunciador de una película de aventuras. Te
quedabas fascinado mirando las imágenes concentradas en una e imaginando lo
espectacular que sería la película.
Aquí está el increíble Hulk, no, el increíble Chorrojumo, el gran bandolerillo andaluz que en su ancianidad se convirtió en todo un personaje que se autoexhibía a los turistas como material typical spanis
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