Puedo afirmar y afirmo que el
señor Fernando García existe como persona
física, pensante, sintiente y percibiente y que vive en algún punto semisecreto
de lo que queda de la huerta oriolana, quizá próximo a alguna acequia, ahora
asfaltada, o leyendo algún tratado de antropología moderna bajo una higuera,
estampa lírica como pocas en estos tiempos internéticos.
De lo que no estoy tan seguro
es que haya sido docente en la prestigiosa universidad de Harvad y mucho menos,
destinatario del premio Planeta del año
2017, entre otras cosas porque no ha publicado ningún puñetero libro en
su vida y jamás ha pisado suelo estadounidense salvo en sueños.
Lamento desmentir, por tanto,
la información que aparece en la contraportada de su única publicación, Relatos
y otros textos ocasionales, cosa que tampoco termina de ser cierta ya
que lo que se presenta como fotocopia de un libro de relatos no lo es de ningún
libro real: la fotocopia es en sí el libro.
Hay que disculpar este cúmulo
de descaradas mentiras que no tiene como objeto, sin embargo, la autopublicidad
ni promover la confusión ni los falsos curriculum entre probables lectores, sino
que obedece a ese sofisticado juego de la ficción literaria en el que uno puede
jugar a invisibilizarse de modo infinito y seguro a través de identidades
imaginarias.
Tiendo a pensar que la notable
creatividad literaria de Fernando García, Ferdinand
para sus íntimos, ha chocado de plano con su timidez o con la inexistente
voluntad de fama o notoriedad pública que convierte a tantos artistas en célebres
impertinentes.
Ha ocurrido en la variopinta
historia bohemia de la literatura que se han dado grandes poetas sin obra,
narradores que se han pasado toda la vida intentando publicar su único libro
potable, artistas de la palabra cuya gran obra fue el silencio que habían
escogido como mística salida ante la impotencia de lo literario en representar el
horror multicolor del mundo.
A mi amigo Fernando, nombre de
la realeza goda cuyo significado viene a
ser “el que reina con tranquilidad”, le
hace falta un empujoncito algo más allá de la higuera y de las frondosidades de
su habitación de lector empedernido para que se alcance a valorar con cierta
objetividad la obra narrativa que ha ido aquilatando estos últimos años.
Lo que la fotocopia-libro, Relatos y otros textos ocasionales, recoge
es una selección de los mejores relatos breves que Fernando-Ferdinand ha ido
ideando al albur inspirador de contadas incursiones en las redes sociales y
páginas web de aficionados al formato narrativo breve.
El que tras tantos años como
frecuentador de librerías, bibliotecas y libros se haya decidido a recoger las
pruebas de su labor, también, como narrador, explica el carácter formalmente
redondo y compacto de lo que se constituye como su opera prima.
La experiencia de Fernando
García como lector se nota en la precisión del lenguaje, en la calidad argumentativa.
Desde el género de la
microficción sus relatos atraviesan la fábula, la confesión, el fragmento
narrativo, el poema en prosa, la viñeta o el aforismo. Hay ecos de Kafka, incluso de Cortázar y de Borges en
muchos de estos textos, que se empañan, indistintamente de humor o de
pesimismo. Suele ocurrir que en el ámbito de la narración y sobre todo del
microrrelato la gracia o genialidad del texto dependa del desenlace final.
También en este aspecto, ha estado alerta nuestro amigo y consigue en más de una
ocasión sorprendernos.
Personalmente me veo en la
obligación altamente moral de convencer a mi amigo a que se decida a publicar
este puñado de textos que certifican un talento nada titubeante y desprovisto
de propaganda. Produce placer leer estos textos tan notablemente escritos y
herederos de la tradición fantástica y urbana del relato posmoderno.
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