COMENTARIO A LA PRIMERA LECCIÓN DE EL CONCEPTO DE DIAGRAMA EN LA PINTURA DE DELEUZE.
A la hora de demarcar
referencialidades intelectuales, el mundo hispánico siempre se ha congratulado
en privilegiar y priorizar la obra de los autores franceses más conocidos de
las últimas décadas: Michel Foucault, Roland Barthes, Paul Valéry, Jean-Paul
Sartre y, por ejemplo, Guilles Deleuze.
La especificidad de esta
prevalencia sobre escritores o filósofos de otras nacionalidades, ha derivado a
través de la pasión ideológica en cierta sacralización. Es decir, que lo que un
intelectual francés manifestaba o decía se convertía en materia suma de debate
o de obligada iluminación. Dicha sacralización por parte de los seguidores de
las obras de los autores franceses convertidos en genios por ese mismo seguimiento,
ha podido promover el descuido de lo
conceptualmente esgrimido o degenerar en mera bobería. Por ello, hace unos
años, Felix de Azúar se quejaba de la nula crítica y de la fe alucinada con que
en España se había acogido parte de la obra de Roland Barthes. Azúar citaba especiosos
fragmentos de El placer del texto,
obra del semiólogo francés, juzgándolos, a fin de cuentas, de mera palabrería.
Algo de todo esto me ha venido a la cabeza al leer con sumo interés las primeras páginas de una serie de lecciones que Guilles Deleuze dio en 1981 y que fueron grabadas y transcritas para su posterior edición. La editorial argentina Cactus nos ofrece el grueso de aquellos encuentros en una publicación tan exquisita como curiosa.
Siempre se ha dicho que Deleuze fue un gran
creador de conceptos. El concepto más que meramente iluminar un sector de las
cosas, lo crea, directamente, esa es su fuerza y su maravilla cuando tal franja
de la realidad necesita de una definición para ser aceptada y comprendida y el
concepto ha logrado tal cosa. El hiperfamoso concepto de rizoma, producto intelectivo del rumboso tándem Guattari-Deleuze,
se convirtió en una guía de la explicitación jerárquica de la estructura valorativa
de la realidad durante décadas, cuando en realidad lo que ambos intelectuales
crearon fue una dinámica metáfora del funcionamiento elemental del mundo que
podía criticarse y cambiarse. Ahora bien, que un concepto pase de tal concepto
a metáfora creo que es una confirmación del poder casi milagroso del
pensamiento cuando este se encuentra asistido
por algo más que la acción de las musas.
La genialidad ilustrativa del
concepto de rizoma ofrecía escaso
margen para la ambigüedad en el momento en que fue engendrado. Los setenta
necesitaban, precisaban de aquella palabra de orden poético y trémula proyección
epistemológica porque fueron tiempos furiosamente rizomáticos. Es decir, la
adecuación del concepto-metáfora a la realidad social e ideológica del momento
fue tan virtuosamente precisa que actualmente, la crítica no duda del valor de su función.
Ahora bien, la elocuencia
racionalista de la escuela francesa también se permite en la suculencia de sus
exposiciones e investigaciones, lucubrar un poquillo. Es lo que, en principio
me ha parecido al leer esta primera lección o encuentro con los alumnos de la
universidad de Vincennes, intentando vislumbrar qué confines componen el
concepto de diagrama pictórico.
Tiendo a suponer que Deleuze tenía
una idea, quizá brumosa al principio, de lo que pretendía exponer, descubrir o
sacar a la luz. El presunto concepto de diagrama pretende definir el estadio
inmediatamente previo a la ejecución material de la pintura, es decir, una
suerte de preparación interior, de inmersión del espíritu del artista en un
sistema elemental de referencias a partir del cual ir generando su conjunto de
formas, el tipo de formas que constituirán finalmente el cuadro y que
identifican su estilo, su obra en particular.
Deleuze advierte que no todos
los pintores poseen idéntico diagrama o usan del mismo a la hora de hacer
emerger su representación, es decir, lo que todavía no es tal representación sino el principio del que deriva un conjunto
formal determinado.
La pintura emerge siempre como
catástrofe. No queda bien explicitado si también tal situación violenta queda registrada
en la representación y sólo se refiere a una tesitura interna de las elecciones
y emotividades del artista.
Yo diría que la pintura, tanto
la creatividad pictórica como la obra en cuestión realizada, constituyen un
acontecimiento. Deleuze profundiza, me doy cuenta cuando releo lo que he
subrayado, e insiste en que el orden de la catástrofe no tiene tanto que
percibirse en la mera superficie, en la consecución de las formas que crean el
cuadro como inscribirse en los estratos que posibilitan la creación misma. Por ello
dice que las vasijas de Cezanne no dan la sensación de estar agitadas por
ningún terremoto, pero que sin esa violencia interior en los grados primeros de
la creación, no podría ocasionarse la tranquilidad posterior con que vemos
tales figuras.
Deleuze resulta original
cuando se plantea que con toda seguridad la pinturea podrá ofrecer conceptos a
la filosofía, más que al contrario. Aquí Deleuze invierte el plan previsible de
toda investigación, ya que lo que busca no es tanto explicar la pintura a
través de la filosofía como que la pintura revele propiedades nuevas e insólitas
a la reflexión desde su fenómeno y procesos plásticos.
Cuando se producen giros de
esta naturaleza se esperan grandes y fascinantes descubrimientos en la
naturaleza de la creatividad y de la evolución intelectual.
Leyendo esta primera lección,
hay momentos en los que Deleuze parece de pronto no divagar sino negarse a
afirmar con rotundidad lo que cree estar rodeando y describiendo. Aquí llega
algún momento en el que casi se contradice, pues, de pronto, descree del concepto de diagrama tanto como
persiste en idear nuevas perspectivas y modos de definirlo. En estos instantes
de duda, el diagrama deleuziano corre el riesgo de convertirse en una entidad puramente
teórica, o bien en una entelequia a la que el filósofo dedica inspiraciones erráticas.
Me cuesta censurar a Deleuze porque
sé que cuando acabe de leer estas lecciones habré descubierto funcionamientos
nuevos del pensar y del crear en bellas y complejas interacciones.
Por el momento, en las
siguientes lecciones, seguiremos tirando
de este hilo de Ariadna a ver qué nos encontramos, comprobando cómo Deleuze
sigue deleitándonos y seduciéndonos con el visor mágico de su análisis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario