jueves, 11 de agosto de 2022



COMENTARIO A LA PRIMERA LECCIÓN DE EL CONCEPTO DE DIAGRAMA EN LA PINTURA DE DELEUZE.


A la hora de demarcar referencialidades intelectuales, el mundo hispánico siempre se ha congratulado en privilegiar y priorizar la obra de los autores franceses más conocidos de las últimas décadas: Michel Foucault, Roland Barthes, Paul Valéry, Jean-Paul Sartre y, por ejemplo, Guilles Deleuze.

La especificidad de esta prevalencia sobre escritores o filósofos de otras nacionalidades, ha derivado a través de la pasión ideológica en cierta sacralización. Es decir, que lo que un intelectual francés manifestaba o decía se convertía en materia suma de debate o de obligada iluminación. Dicha sacralización por parte de los seguidores de las obras de los autores franceses convertidos en genios por ese mismo seguimiento,  ha podido promover el descuido de lo conceptualmente esgrimido o degenerar en mera bobería. Por ello, hace unos años, Felix de Azúar se quejaba de la nula crítica y de la fe alucinada con que en España se había acogido parte de la obra de Roland Barthes. Azúar citaba especiosos fragmentos de El placer del texto, obra del semiólogo francés, juzgándolos, a fin de cuentas,  de mera palabrería.

Algo de todo esto me ha venido a la cabeza al leer con sumo interés las primeras páginas de una serie de lecciones que Guilles Deleuze dio en 1981 y que fueron grabadas y transcritas para su posterior edición. La editorial argentina Cactus nos ofrece el grueso de aquellos encuentros en una publicación tan exquisita como curiosa.

 Siempre se ha dicho que Deleuze fue un gran creador de conceptos. El concepto más que meramente iluminar un sector de las cosas, lo crea, directamente, esa es su fuerza y su maravilla cuando tal franja de la realidad necesita de una definición para ser aceptada y comprendida y el concepto ha logrado tal cosa. El hiperfamoso concepto de rizoma, producto intelectivo del rumboso tándem Guattari-Deleuze, se convirtió en una guía de la explicitación jerárquica de la estructura valorativa de la realidad durante décadas, cuando en realidad lo que ambos intelectuales crearon fue una dinámica metáfora del funcionamiento elemental del mundo que podía criticarse y cambiarse. Ahora bien, que un concepto pase de tal concepto a metáfora creo que es una confirmación del poder casi milagroso del pensamiento cuando este se encuentra  asistido por algo más que la acción de las musas.

La genialidad ilustrativa del concepto de rizoma ofrecía escaso margen para la ambigüedad en el momento en que fue engendrado. Los setenta necesitaban, precisaban de aquella palabra de orden poético y trémula proyección epistemológica porque fueron tiempos furiosamente rizomáticos. Es decir, la adecuación del concepto-metáfora a la realidad social e ideológica del momento fue tan virtuosamente precisa que actualmente, la crítica no  duda del valor de su función.

Ahora bien, la elocuencia racionalista de la escuela francesa también se permite en la suculencia de sus exposiciones e investigaciones, lucubrar un poquillo. Es lo que, en principio me ha parecido al leer esta primera lección o encuentro con los alumnos de la universidad de Vincennes, intentando vislumbrar qué confines componen el concepto de diagrama pictórico.

Tiendo a suponer que Deleuze tenía una idea, quizá brumosa al principio, de lo que pretendía exponer, descubrir o sacar a la luz. El presunto concepto de diagrama pretende definir el estadio inmediatamente previo a la ejecución material de la pintura, es decir, una suerte de preparación interior, de inmersión del espíritu del artista en un sistema elemental de referencias a partir del cual ir generando su conjunto de formas, el tipo de formas que constituirán finalmente el cuadro y que identifican su estilo, su obra en particular.

Deleuze advierte que no todos los pintores poseen idéntico diagrama o usan del mismo a la hora de hacer emerger su representación, es decir, lo que todavía no es tal representación  sino el principio del que deriva un conjunto formal determinado.

La pintura emerge siempre como catástrofe. No queda bien explicitado si también tal situación violenta queda registrada en la representación y sólo se refiere a una tesitura interna de las elecciones y emotividades del artista.

Yo diría que la pintura, tanto la creatividad pictórica como la obra en cuestión realizada, constituyen un acontecimiento. Deleuze profundiza, me doy cuenta cuando releo lo que he subrayado, e insiste en que el orden de la catástrofe no tiene tanto que percibirse en la mera superficie, en la consecución de las formas que crean el cuadro como inscribirse en los estratos que posibilitan la creación misma. Por ello dice que las vasijas de Cezanne no dan la sensación de estar agitadas por ningún terremoto, pero que sin esa violencia interior en los grados primeros de la creación, no podría ocasionarse la tranquilidad posterior con que vemos tales figuras.

Deleuze resulta original cuando se plantea que con toda seguridad la pinturea podrá ofrecer conceptos a la filosofía, más que al contrario. Aquí Deleuze invierte el plan previsible de toda investigación, ya que lo que busca no es tanto explicar la pintura a través de la filosofía como que la pintura revele propiedades nuevas e insólitas a la reflexión desde su fenómeno y procesos plásticos.

Cuando se producen giros de esta naturaleza se esperan grandes y fascinantes descubrimientos en la naturaleza de la creatividad y de la evolución intelectual.

Leyendo esta primera lección, hay momentos en los que Deleuze parece de pronto no divagar sino negarse a afirmar con rotundidad lo que cree estar rodeando y describiendo. Aquí llega algún momento en el que casi se contradice, pues, de pronto,  descree del concepto de diagrama tanto como persiste en idear nuevas perspectivas y modos de definirlo. En estos instantes de duda, el diagrama deleuziano corre el riesgo de convertirse en una entidad puramente teórica, o bien en una entelequia a la que el filósofo dedica inspiraciones erráticas.

Me cuesta censurar a Deleuze porque sé que cuando acabe de leer estas lecciones habré descubierto funcionamientos nuevos del pensar y del crear en bellas y complejas interacciones.

Por el momento, en las siguientes lecciones,  seguiremos tirando de este hilo de Ariadna a ver qué nos encontramos, comprobando cómo Deleuze sigue deleitándonos y seduciéndonos con el visor mágico de su análisis.



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