En su libro sobre la fotografía, La cámara lúcida, Roland Barthes hace un breve pero intenso análisis sobre lo que esta imagen le produce de un modo irracional y cuasi numinoso. Se trata de una fotografía tomada en Granada por Charles Cliford alrededor de 1854. Las sensaciones que experimenta son incontrolables, es decir, impactan en su instinto, lo llaman para que busque y resida dentro de esa fantasmagoría. Barthes lo dice del modo más claro, sincero y encantado: tengo ganas de estar ahí. No se trata, meramente, de viajar por el tiempo o al pasado, sino a un mundo o a un tiempo anterior a todo tiempo y por ello mismo, posterior a toda época; una suerte de paraíso, pero libre de connotaciones beatíficas, en definitiva, un lugar donde habite el alma en una paz definitiva. El apunte de Bartthes da para toda una reflexión filosófica acerca del hombre y su secreta sed de salvación. No está diciendo que cualquier rincón del planeta puede convertirse en nuestro súbito edén al invocar casi por descuido al cosmos y a su infinitud, al ver unas viejas fotografías.
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