Hacía bastante tiempo que no escuchaba música de Stockhausen ni frecuentaba al
personaje. Ayer, por una casualidad, di en las redes con videos musicales de
obras suyas que no conocía y el zurriagazo que experimenté, el fogonazo que me
atravesó rememoró en mis recuerdos la indiscutible imagen del genio con la que
me cautivó cuando lo descubrí hace cuarenta años. Es curioso comprobar cómo
funciona la intuición. Ya no logro distinguir con precisión si primero descubrí
a Stockhausen en las enciclopedias, en los libros, me fascinó y esa fascinación
se corroboró al escucharlo por Radio Clásica, allá por 1979 ó 1980, o fue al revés:
primero escuché la música mágica de un tal Stockhausen y después lo busqué con
ansiedad en las enciclopedias. La cuestión es que la imagen del músico y su música,
producen uno de los mayores efectos de fascinación de la música moderna culta y
del mundo de las obras artísticas, en general.
Stockhausen es el iluminado por los dioses cósmicos, el mago
de las sonoridades salvajes, el alquimista de los sonidos interespaciales, uno
de los últimos y más grandes genios que ha dado Occidente.
Con Stockhausen no hay término medio: o viajas con él, o te
dejas arrebatar por los mundos vertiginosos que ha creado o contémplalo desde
lejos con sorpresa o incluso con aturdimiento o repulsión.
Redescubrir, más o menos, ayer tarde a Stockhausen me alegró,
me llenó de vitalidad luminosa el fin del día, abrió un margen a la libertad
creadora, me aseguró en la idea de que cuando se presenta la posibilidad de
experimentar productivamente, el hombre debe lanzarse y explotar todas esas
posibilidades a la conquista de mundos y espacios nuevos e insólitos.
Recuerdo con qué ilusión encantada escuchaba las obras
electrónicas del artista alemán que de vez en cuando, sorpresivamente, se emitían
por Radio Clásica en aquellos años de adolescencia y descubrimientos continuos.
Naturalmente que escuchaba otros tipos de música y me
gustaban otros músicos, pero Stockhausen era especial, estaba nimbado por un
aura poderosa, tocado por las musas galácticas, era el más alto predistigitador
del sonido del futuro.
Ahora bien, el paso del tiempo que todo lo va
metamorfoseando, también ha añadido y restado matices no tanto a la
personalidad del compositor como a la calidad de recepción personal de sus
obras. Quiero decir: ¿por qué en aquella algo lejana ya adolescencia las obras
de Stockhausen me eran totalmente inteligibles hasta el punto que podía silbar
largos pasajes de las mismas, y luego, con el paso de los años, aquella magia
descendió al ir descubriendo que salvo aquellas obras que conocí en la
juventud, el resto de la casi totalidad de sus obras que escuché después, ya no
me impresionaron tanto y apenas si me gustaron ya?
Alguien me dirá que, naturalmente, la clave reside en mí,
que es puramente psicológica, que tiene que ver con los márgenes de expectación
saturados de mi persona y las capacidades de la memoria.
La cuestión es que ayer casi me remonté a los grados de
revelación de aquellos años y me convencí, tras algunas consideraciones
relativas, que la obra musical de Stockhausen es una fulguración sonora que nos
lleva a otros mundos y que como tal experiencia se presenta como un reto a la
interpretación estética y a la sensibilidad individual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario