miércoles, 11 de enero de 2023

COSMOGÉNESIS VISUALES

 


Los curiosos itinerarios del amor. La escritora Colette mantiene durante una temporada un idilio con este fornido sujeto que resulta ser una mujer disfrazada de hombre. ¿Sabía que era una mujer y se dejó arrastrar mórbidamente? Evidentemente que lo sabía si convivían y compartían lecho. La inteligencia de Colette se permitió este singular episodio conociendo la identidad que suyacía tras los adustos atuendos. Si algo caracterizó a Colette fue su falta total de prejuicios, su tranquilo atrevimiento ante lo posible. De todos modos, si exceptúo la secreta complicidad de ambas mujeres, confieso que me cuesta entenderlo.  




Creo que se trata de una joven inmigrante ucraniana o judía, recién llegada a Estados Unidos a principios de siglo. Qué inteligente y agradable parece su sonrisa. Es un gesto de soberanía natural. ¿Qué sería de ella? 




Apenas se nota, pero en este carnaval añejo, podemos distinguir, en el centro, a alguien con una máscara de la escritora Emilia Pardo Bazán. Ya entonces, los personajes famosos eran sometidos tanto al elogio como a la chota popular. Un rostro conocido resulta más caricaturizado y caricaturizable que otro indistinto. 




Representación de Calixto y Melibea. La rigidez, el ingenuismo, ciertos tramos geometricos de este grabado me producen una especie de sopor fascinador. Lo ceremonioso converge con ese aire extrañamente naif de las miniaturas medievales, aunque esta imagen no consista en una miniatura. El carácter ficcional de los personajes redobla lo extraño: sé que existen en algún mundo imaginario: el que certifica el texto. Tautología pura, lo sé. 




 Francia, 1914. La neblina y la presencia del riachuelo, me producen frío y me transportan a una melancólica mañana en la que los solitarios amantes deciden dejarse un recuerdo mutuo ante el advenimiento apocalíptico de la guerra. Los miro y aunque les veo los rostros, se me antojan de una época casi remota: la mujer parece una pintura, puro estereotipo de la sensibilidad de un momento de la historia; el hombre, vestido de militar, se envuelve de cierto aire novelesco. Al contemplarlos siento tristeza, algo semejante a la compasión: una pareja tan fina y vulnerable al paso demoledor del tiempo. En el más allá, ¿estarán tal cual los vemos?




  La familia imperial rusa junto a Rasputín. Desde luego resulta fascinante visionar las fotos que existen de este personaje. La mirada alucinada y el gesto algo crispado de la mano, imitando la forma en que se juntan los dedos de los Cristos en las representaciones del Pantocrátor. En algunas imágenes aparece insólitamente joven, en otras muy envejecido o exasperado, con el ceño fruncido. Da la impresión de que posa, de que se creyó su personaje, encarnación de lo milagroso y lo inquietante, de lo salvaje y de lo magnético. Con razón cautivó a la zarina, devota espiritista. El monje maligno, el demonio sanador. Tipo denso y extrafalario, protagonista más que anecdótico de uno de los momentos más dramáticos de la historia rusa. 





Foto de Lee Friedlander. Principios de los setenta. Un fantasma pasa de repente por tu habitación. En realidad es un habitante de los rayos catódicos, del mundo virtual de las emisiones múltiples que atraviesan el espacio y van a parar al receptor inocente de tu televisión antigua. Naturalmente, un rostro anónimo, ligeramente deformado, un rostro casi de goma, globular e ingrávido que de pronto, se ubica en tu espacio doméstico como signo errante de lo fantasmático que nos rodea. 

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