Para los lectores devotos, Noni Benegas junto a Blanca
Andreu, fueron las poetas clave de los ochenta, las que reunían en sus
obras y en la idiosincrasia de sus personas aquella singularidad estética que
definía la calidad lúdica y sofisticada del momento.
La
niña que se fue a vivir a un Chagall supuso una renovación súbita del lenguaje y de las imágenes,
una reivindicación de la imaginación libertaria. Por otro lado, para muchos, Noni sigue siendo la autora,
ganadora del premio Miguel Hernández
del 86, de aquel brillante itinerario por mundos y acusaciones metalingüísticas
que fue y sigue siendo La balsa de la Medusa, su poemario
estrella.
Creo que, del mismo modo que no son escasos los trabajos
sobre la historia de la narrativa en español de las últimas décadas, sí está
por escribirse-describirse no tanto la mera historia como la significación
profunda, la ubicación de las obras poéticas que arrancaron desde los ochenta
hasta ahora. El conocimiento detallado de nuestra modernidad última no puede
prescindir de un repaso generoso de la hermenéutica poética, y por tanto, del
conocimiento concreto y placentero de los más destacados libros de poesía,
aunque, actualmente, el género viva un curioso remolino indiferente en umbrales
insuperables: mucha gente escribe, casi hay un cáncer de poetas que no producen
una obra destacable. ¿Significa esto la democratización del nervio poético o su
simulación ante tanta exhibición? En fin, lo importante es admitir que
determinados libros de Blanca Andreu o de Noni, son todavía, referencia de un
modo de vivir el hecho poético. Lo virgen no se repite, valga la afirmación tautológica.
Resulta difícil encontrar réplicas actuales de los poemarios citados.
Me pareció motivo de felicidad encontrarme, en mis rastreos habituales,
con este último libro de Noni.
Si te gusta un autor o una autora es, elementalmente, por
las características de su escritura. Este nuevo libro de Noni presenta las tales
características por las que su escritura resulta estricta y auténtica. Vivir se
traduce en formas de vivir y este es un aspecto que Noni Benegas siempre ha
recogido en su estro poético: Estar vivo…
es una manera de estar acosado por las funciones terrestres.
Hay algunos elementos que se revelan como reincidentes en la
temática probable de su poética: la misión del lenguaje junto a las
precauciones ante tan augusta herramienta, cierta elegante ironía junto a precisos reflejos existencialistas en
la crítica del cotidiano vivir.
Ejemplo del primer asunto: y me niego a hablar en singular porque no sé si yo, fuera del lenguaje,
estoy viva en particular.
Ejemplo del segundo: hay
bordes entre nosotros, límites dentados como los de los sellos.
Ambas perspectivas se entrelazan en los poemas, expresado
todo ello, siempre, de un modo sucinto y escueto. No es Noni poeta de dar voces,
aunque la suya sea prontamente reconocible en una obra que suele manifestarse a
través de un control de la retórica, sin
dejar de atender con discreción a la inevitabilidad de los aspectos ineludibles
de la vida y del cuerpo. El interludio final del libro se nos muestra como un
enfrentamiento contra las penosas incidencias nocturnas del mal dormir o,
directamente, del insomnio, la peor de las pesadillas, tal y como advertía Borges y que llevó al suicidio al poeta
venezolano, José Antonio Ramos Sucre.
Esta parte final del poemario parece corroborar que a pesar
de los muchos poderes sublimadores de que dispongamos junto a los lenitivos de
la farmacopea accesible, el poeta es tan vulnerable como cualquiera al paso del
tiempo, a las microerosiones del cuerpo y desde esa circunstancia, desde ese
dolor o incidencia, emite su palabra poética. Por ello, falla la noche, porque
esta no acompaña nuestro sueño - real, simbólico, evocador de gracias misteriosas
- sino que puede convertirse en el tramo indefinido que atravesar en plena
vigilia. La noche que ha sido la gran musa de románticos, simbolistas y locos
encantadores, nos falla a cierta edad, cuando no nos sobran las energías. Ay,
ay.
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