Cada libro supone una oferta de mundo: lo integra un tipo de
escritura y un desarrollo que son en sí, que constituyen un itinerario simbólico, estilístico,
temático, estético.
El azar pone en mis manos un poemario de autor desconocido,
hasta ahora, por mí y un libro de ensayos de Octavio Paz, fulgurante y siempre ilustrativo. De uno a otro libro
hay diferencias considerables, pero ambos autores son poetas. Tengamos, pues, en cuenta este punto de conexión remota.
Una antigua labor de los poetas es la de cantar la belleza.
Con el transcurrir de los siglos y la sucesión de las distintas estéticas que
indican a qué distancia nos encontramos de las deseadas arcadias de la
felicidad y del bien, concebimos y describimos las diversas estéticas que
componen la historia.
El lugar en que Mihaíl
Kuzmín se encuentra es el del deseo, el de la evocación ansiosa. Cantar las
bellezas de una Alejandría lejana en
el tiempo nos está indicando qué tipo de vida se quiere vivir y en qué mundo se
añoraría estar. También es cierto que el poeta, casi por antonomasia, no ha
hecho sino cantar las excelencias de paraísos lejanos. Cantar las maravillas o
las plenitudes del ahora es algo propio de los modernos o de los muy modernos.
Inquirir las teologías del instante pertenece a las vanguardias, a los
embargados por la sobreabundancia fantasmática de los presentes imaginables.
Que un poeta ruso, de destino infausto y casi predecible en
la Rusia comunista, escribiera sobre las delicias de una ciudad idealizada y
mitificada como Alejandría no me lleva a esa ciudad etérea, precisamente, sino
al alma agitada de desesperación y ansia de belleza del propio poeta.
Direccionar su interés a civilizaciones remotas indica con la misma proporción
su rechazo de las condiciones del momento histórico que le tocó vivir. También es
cierto que remontar la inspiración a lugares lejanos y exóticos fue un sello
distintivo del movimiento simbolista al que nuestro poeta perteneció. Pero en
el caso de Kuzmín hay una variante secreta que reafirma la inquietud: su
homosexualidad. Cuando leo las bellezas expresadas en los poemas de este poeta no me remonto objetivamente a un
momento de la historia sin más, como
antes he afirmado, sino que me gozo con
las fantasías con que las que el poeta diseña su gran elegía.
La crueldad de los tiempos modernos se ceba con la belleza.
Kuzmín acabó sus días en un gulag. Quizá su gran pecado para con el credo
comunista soviético fue tan solo disentir estilísticamente de sus modos y
pretensiones. Menudo pecado contra los fanatismos animales.
Corriente
alterna
se compone de una serie de ensayos que Octavio
Paz escribió hacia fines de los años sesenta. Teniendo en cuenta el tiempo
transcurrido y que ya no somos ni postmodernos sino postindustriales
cibernautas en transición probable hacia no se sabe qué, es decir a
considerable distancia de hipis y yeyés, leo el texto de Paz no sólo con
interés sino con entusiasmo. La escritura de Paz tiene esta virtud: la de
articular la información que posee de un modo tan brillantemente
contrastado que la lectura fluye ante la
sintética presentación de sus variados contenidos. Se trata de una virtud de
poeta. Paz no es especialista en lingüística, historia o filosofía, es su plástica
capacidad asimilativa la que nos brinda generosas exposiciones ya sea de momentos
revolucionarios, de laberintos políticos o de la naturaleza de los grandes
movimientos estéticos. En las páginas de Corriente
alterna, Paz nos habla, por ejemplo, de las semejanzas y de las diferencias
que hay entre los conceptos de tiempo hindúes y europeos, de la influencia de
las drogas en los avances del conocimiento de la realidad, de los matices
conceptuales existentes entre revolucionarios y rebeldes, del falso paralelismo
entre forma-contenido y significado-significante, del pensamiento de Marshall McLuhan o de la personalidad
de André Breton,
del destino de la poesía contemporánea, de las alianzas y oposiciones entre
movimientos artísticos y políticos, de los paradigmas en evolución del
pensamiento occidental….
Leyendo a Paz se asiste al desenvolvimiento de una imagen
dinámica y compleja de las metamorfosis humanas y simbólicas. Esa síntesis que
emplea en sus vislumbramientos ensayísticos indica una fascinación ante los
eventos universales y un conocimiento secretamente agudo de la urdimbre de sus
causas. El talante pedagógico de sus ensayos se explica, precisamente, por su
rechazo a la especialización que sustituye por la pasión crítica. La accesibilidad de sus textos son el
resultante lógico de una vocación cognoscitiva y un respeto a las complejas significaciones
estéticas y filosóficas de los grandes movimientos universales que pretende tan
sólo esbozar. Si los ensayos de Paz fueran meros o profusos textos técnicos no
poseerían el atractivo que, efectivamente, tienen en tanto que prosa
estilística. Hablar artísticamente de las consecuencias políticas de
determinado pensamiento o de la génesis de una imagen de mundo en ciernes,
implica no solo la demostración práctica de una capacidad literaria sino un
conocimiento matizado y preciso de grandes volúmenes de acontecimiento
cultural. Lo repito: don de poeta. La
forma en que se dice algo identifica el corazón, el destino de ese algo. A
estas alturas puedo decir que he aprendido más leyendo a Paz que a Borges.
El balance que de la década de los sesenta realiza Paz resulta tan vívido que salvo algún reclamo de ocio y cultura para las clases trabajadoras, sobradamente cumplido en la actualidad, se nos presenta a la lectura libre de microanacronismos o extrañezas analíticas. Paz siempre es tranquilamente audaz. Leyendo estas páginas, he imaginado qué descripción fascinante hubiera hecho sobre internet, qué simbolismos hubiera registrado en el funcionamiento de las redes y qué significaría para el hombre, según su perspectiva, poseer gratuitamente semejante herramienta. Es entonces cuando he percibido la rareza de que alguien dueño de un sol intelectivo como el suyo, no esté con nosotros, de que ahora viajará con la pléyade de autores y poetas sobre los que escribió tan brillantes páginas.
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