Desde las dos Guerras
Mundiales, en especial desde la Segunda, este mundo moderno se ha revestido
de tal criminalidad, de tales desmesuras en todos los aspectos que resulta vano o vanamente tautológico que
el arte intente demostrarlo de un modo presuntamente más específico o
elocuente.
¿Puede el arte representar el espanto nuclear, los
genocidios de los campos de concentración? Recuerdo haber leído hace tiempo
unas críticas tachando los cuadros que pintó Dalí sobre la Segunda Guerra mundial como prescindibles, incapaces
de expresar la destrucción o el dolor, consecuencia del conflicto.
Ante los horrores más
feroces de nuestro mundo moderno, el arte que pretende representarlo es mera
imaginería. Históricamente, quizá sólo Goya habría sido capaz de comunicar la
desolación que produce la guerra en la vida por ese crudo aire de sordidez que
flota en sus obras.
Aclaro todo este punto a propósito de la exposición que se
encuentra en el museo de la Cárcel Vieja,
en Murcia y en donde nos podemos
encontrar con un florido despliegue de obras de Lidó Rico.
Sí, a la mismísima cárcel he tenido que acudir para
encontrarme con una plástica representación de la pesadilla, a propósito de lo
que fue tal lugar, memoria turbia que el artista yeclano aprovecha para adensar
atmósferas y explotar lo deprimente.
Dicho lo anterior sobre la cierta inutilidad del arte de las
posguerras para representar el Mal absoluto, no me extiendo en la descripción
de lo que vi en la cárcel museo de Murcia, este sábado. Uno diría, someramente: vaya pasada. Unas piezas son notables, otras son un tanto superfluas, casi
diría cursis si el artista no se obstinara en utilizar cerebros para
puntualizar el abismo y la locura.
Se agradece la implicación total y física del artista, capaz
de obtener el molde de su propio cuerpo para incorporarlo serialmente en la
exposición, como también la intencionalidad de lo expuesto teniendo en cuenta
qué fue la sala de exposiciones antes de convertirse en el admirable centro
artístico que es ahora.
Un artista es un productor de formas. El talante ético-estético
de tales formas es lo que va a impresionarnos de un modo u otro. Lidó Rico aquí
no ha querido limitar su productibilidad y nos invita a la considerable
pesadilla que supone de amotinarnos contra la vida.
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