Érase una vez un brote sígnico, un tiznajo en la pared
blanca de las invocaciones, una pluma abrasada en su propia levedad.
Nada era igual a esa hebra de casi nada o de casi algo.
Pues, de lo contrario, habría que contar con la presencia de
civilizaciones, de alfabetos en danza, de discursos y cuerpos varios.
Por lo tanto, era todo y nada en la confluencia probable de
un aborto de oración, de un proyecto desvencijado de sintagma.
Ahora bien, casi nada ya es algo. Por ello ya es posible
investigar, comprobar, tantear, imaginar.
Y si imaginamos, cualquier brote de sentido y por tanto de
narrativa, de leyenda, de lógica, se hace probable.
Y en ese vislumbramiento, cualquier palabra, cualquier sueño
de locución ya inventa, posibilita un mundo.
El mundo en el que ya están todas nuestras invenciones,
todas nuestras tragedias y mitos fundacionales.
Por lo tanto, lo dicho: de casi nada puede brotar todo.
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