En
ocasiones, los textos, literariamente menos elaborados producen en la lectura
impresiones contundentes o resultan más sinceros en la exposición de lo que
estén contando. Este el caso, sin duda, de estas memorias, de la condesa cosaca
Olga Janina escritas en 1874, motivadas, sobre todo, por un
amor frustrado: el que la protagonista sintió´ por el gran compositor Franz Lizst. No he terminado de leer el libro, me quedan unas pocas
páginas, pero lo que he disfrutado con su lectura lo conceptúo como una confesión
explícita sin apoyos retóricos, es decir, esta aristócrata cosaca, mujer de
temperamento salvaje y talante pagano, amante tanto del arte como de la
naturaleza, escribió como vivió: sin inventivas ni ficciones elusivas, al día,
sin demorar nada de lo que deseaba o disfrazar lo que amaba apasionadamente.
Las
noches vividas en la tundra, el contacto con los animales, el cabalgar diario,
poseer un castillo que adornó y habilitó a su aire cerca de Kiev, el placer del
descubrimiento del mundo mediterráneo, de Roma y sus palacios, jardines y
museos, ciudad en la que vivía su gran amor, el compositor húngaro Franz Lizst,
todo ello es vivido con la naturalidad y con la intensidad de una personalidad inteligente
e indomable, intuitiva y profundamente musical. Olga, para desenvolverse sin
problemas extras por las calles nocturnas de Roma llegó a vestirse como un
hombre y a hacerse pasar como varón que contestaba a las provocaciones. En fin,
una persona poco dispuesta a atemorizarse o a desistir de sus planes.
Y
esta autenticidad de su psique le lleva a dejarnos un testimonio del que no están
ausentes los matices de una vida sensibilísima al arte y tomada por la pasión. Por
ello, ante el desenlace no feliz de su amor por el músico, este texto es también
el relato de una venganza sutil, de un despecho vivido secretamente.
Resulta curioso, con respecto al actual, absurdo y sangriento conflicto en Ucrania, que siempre que Olga Janina, en sus recuerdos, se refiere a su patria, no menciona ni habla de Rusia sino que sólo nombra a Ucrania.
1 comentario:
Lo leí de jovencita y mi conclusión fue que don Franz era un caradura impresionante y la pobre Olga Janina una infeliz que tendría que haber mandado a tomar viento a semejante sinvergüenza. El caso es que cada vez que la condesa llegaba con pasta a Italia, Liszt le concedía sus favores y cada vez que se quedaba sin dinero, CASUALMENTE, don Franz sufría una crisis religiosa y la plantaba sin ambages.
Tu lectura de poeta que desconoce este pícaro mundo me parece conmovedora, porque el recuerdo que guardo, tras mil años,es el de una señora que tragaba unos sapos muy gordos sin caer en la cuenta y el de un canalla que usaba la religión para sus trapicheos. También recuerdo que ella, en una ocasión, llegó hasta " alfombrarle de flores la Gran Vía", como en el cuplé.
Si tratas así a un hombre obviamente no te amará. Es de primero de conquista. " Las cazas de amor son de altanería".
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