sábado, 10 de junio de 2023

BREVE EPÍSTOLA SOBRE SUMA DE AURAS





Amigo, José María:

Después de finalizar las lecturas atrasadas, me he puesto con tu libro, de una gran hondura, ya sea reflexiva o iluminativa. En él pueden diferenciarse dos partes: la relacionada con el sueño y la concerniente al mundo poético, tal y como reza el título. Todo ello plasmado por medio de la palabra indagadora.

En tus textos exploras la comunicación, en confluencia o divergencia, del sueño con la palabra y otros signos. Ya que, como dices, el sueño es un territorio donde se funden diversos lenguajes. En tanto que exploración viajera por un ámbito, llega a articular efectivamente un sentido, distinto del de la vigilia. En el sueño se cruzan los tiempos, los narrativos y los ficcionales, dislocándose lo anterior y lo posterior, fundiéndose los periodos, abrazando la conciencia representaciones disímiles con la lógica del que se encuentra despierto.

El sueño nos índica, o al menos nos da indicios, de que existen realidades desconocidas o inexploradas, de que tienen virtualidad tanto lo visible como lo invisible, produciéndose en el mismo una suerte de convergencia o simultaneidad, pues mientras en la vigilia construimos una narrativa como suma de componentes que han sido o esperamos que sean, en el sueño todo se diluye y lo sucesivo y lo simultáneo se confunden y fusionan; las ya clásicas diacronía y sincronía de la lingüística saussuriana se imbrican (o lo que en Electrónica se denominan lógica combinacional y lógica secuencial).

Aunque no me haya interesado especialmente las teorías freudianas, eso de poder estudiar, catalogar e interpretar analíticamente el sueño (no digamos ya las demás teorías psicoanalíticas, refutadas en tanto que acientíficas por autores como Popper o Ricoeur), sí considero el del sueño un mundo paralelo al de la creación poética, pues se nutren de una pléyade de símbolos, imágenes, revelaciones, intuiciones, como apuntas, de múltiples maneras de gestionar la metaforización del sentido.

Y es cierto que el sueño es lo que no puede vivirse, ni siquiera vicariamente; ni tampoco poseerse (en su propia calidad de inasible). Es una evanescencia, en tanto que son fugaces y desaparecen al poco; pero también recurrentes, ya sea en su inagotable frecuencia o en la repetición de temas y representaciones. Y esa repetición, esa periodicidad, ese ser tan intuidos como fantaseados, origina lo que nombras como “arborescencia onírica”.  

Más de la mitad del grueso del libro lo constituye esa ya habitual en ti sección de aforismos, sentencias, reflexiones o textos ensayísticos, agrupados en epígrafes que confieren cierta unicidad. Como suele suceder, es lugar apropiado para la iluminación, el hallazgo, el encuentro, en suma, la captura intencional o azarosa de segmentos del sentido de la realidad y sus fronteras. Y, cómo no, por esas líneas deambula la sustancia poética en su más esencial estado de “confusión lúcida”. Aunque también se infiere una cierta conciencia “solipsista”: el vacío, la nada, el deseo, la desolación, la ausencia, lo fantasmagórico, lo fragmentario, referido repetidamente al yo.

En suma, esas máximas, esos apotegmas, esos pensamientos o fogonazos iluminadores,  aprehenden lo paradójico, lo sorprendente, lo turbador, lo inverosímil en el cuenco de un sintagma tan esclarecedor como enigmático. Y la renuncia, voluntaria o forzosa, a una alternativa de trascendencia te aboca a un devenir de dudas y tentativas donde la escritura se abre paso en un piélago de posibilidades.  

Lo que no me convence demasiado: esa ocasional elaboración de textos oscuros, esos que dicen mucho para complicarlo, ese cúmulo de concepto tras concepto en el que nada se aclara y enreda la lectura. Me dirás que no todo es claridad meridiana, ya; la sugerencia, lo insinuado, lo indefinido, incluso lo informe, son elementos nutricios de la creación, ya sea poética o de otra índole, Pero a lo que me refiero es a esa retahíla tan intelectual como ilegible –e ininteligible– de la que ya se burlase Alan Sokal. Vamos, que si puedes abandonar lo barthesiano o foucaultiano, por ejemplo, mejor. Pero tampoco te pido que me hagas caso, claro.  

En fin, que enhorabuena por la publicación de tan espléndido libro. 

Un abrazo.

      Rafael González Serrano



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