11 DE AGOSTO. VIERNES
Noche de viernes
extraña. Todas estas noches de este aniquilante y agobiante verano están siendo
extrañas. Desplazándome por el pasillo a las tres de la mañana y divisando las puertas y las habitaciones de casa,
asisto a la indeterminada prolongación de este tiempo que me ofrece la Divinidad.
Me entra el pánico. Pienso ya mágicamente. Hasta cuándo va a tener
paciencia Dios conmigo. A muchas
personas les ha llegado ya su hora. A gente más importante o valiosa que yo. Sesenta años y soñando como un adolescente con
Karinas virginales y misteriosamente eslavas. Madre mía.
El amor a la teoría me obliga a un eterno mirar pero no tocar, me determina a una virtualidad en todo, a veces agónica: satisfacción moral, mundo profesional, relación sentimental, etc… Si digo que no estoy en la vida, mi entorno familiar cree que empleo una expresión, una frase hecha. De ahí la angustia, el drama secreto al que yo me he acostumbrado fatal y dolorosamente.
Como no estoy en la vida para que la
existencia sea soportable la imaginación tiene que encargarse de compensarlo todo. Sueño
constantemente lo que haría y cómo viviría. Y me doy cuenta perfectamente del
desastre que esto significa, pues los sueños, en mi caso, se mantienen, generalmente, como sueños: no se
cumplen.
Libros y música: mis
únicos conductos por los que libero energía y disfruto. Los únicos.
Leo esta esta página
del día de hoy. Siniestros estamos. Este verano está siendo mucho peor para mí
que la pandemia.
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