LAS PERTINACES DEHESAS
ELÍAS CORTÉS
Se
dice que los humoristas son gente muy seria. Pienso en autores como Dalí o Ramón Gómez de la Serna que imprimieron humor a veces delirante en sus obras y en sus vidas. Y cito el humor
porque la mayor parte de los escritos de Elías
Cortés, el escritor que nos cita hoy en estas líneas, son textos en prosa, artículos, generalmente, de
crítica o comentarios ideados en clave de humor.
También
se dice que las personas que utilizan el humor para enfrentarse al mundo o
interpretarlo, revelan talantes melancólicos. Recuerdo haber leído allá, en los
ochenta, un texto breve del filósofo Carlos
Gurméndez, titulado así, La melancolía,
en el que afirmaba y explicaba tal cosa.
No
creo que haya duda de que don Elías es un escritor que utiliza el humor y también,
de que siempre ha sido, que sepamos, una persona muy seria. Ambas cosas parecen
converger haciendo que los aires melancólicos emerjan y hasta provoquen su último libro que se presenta
bajo el elocuente y descriptivo epígrafe de Las
pertinaces dehesas.
Y
efectivamente, serio hay que ponerse si lo que se desea es preservar la memoria,
ya sea la social o la individual y querer comunicarla a los demás bajo el
formato en el que uno sea diestro: la imagen, la palabra, el film, etc..
Para
que tal memoria, tanto la social como la individual queden sólidamente
representadas hay que saber ilustrarlas con anécdotas, con el cariz del
contexto del momento, con la experiencia propia, con todo tipo de elementos que
actúen de fijadores de lo que se vivía u ocurrió.
La
memoria de don Elías Cortés, desde luego no falla en el ejercicio minucioso de,
valga la redundancia, “hacer memoria”. El recorrido que hace por su tierra
natal, por la época en que vivió allí, por lugares, paisajes, personajes y
ambientes es tan riguroso como cadencioso, tan preciso como bellamente
expresivo.
Elías
Cortés, deja a un lado el humor, o lo sublima
convenientemente, y el recorrido histórico al que se entrega se traduce en un
tratamiento lingüístico frondoso y muy calculado. Cuando la memoria evoca con
justicia y nitidez la poesía fluye con generosidad. Y esto es lo que
comprobamos en los versos exquisitos de los poemas cada uno de ellos dedicados
a un tema, a un motivo, sean estos los cernícalos, las campanas de la iglesia,
la caída de la tarde o el sabor de los
membrillos allá, en Alburquerque.
Creo
que Elías Cortés ha sido exhaustivo en tal viaje al pasado vivido y no ha
dejado ningún asunto mollar en el aire. El espacio total, el físico, el memorístico,
el receptor de sensaciones, el espacio total de la experiencia está en estos
poemas que se reparten como una sola melodía y cumplen con su misión: evocar, articular,
decir lo que se vivió y que ya es emotiva parte de la eternidad.
Elías
Cortés ha sido justo consigo mismo, ha cumplido con un deber impuesto por el propio
tiempo, por esa memoria que nos refleja a cada uno de nosotros, la íntima, la
cuasi secreta, vinculada a través de tantas bellezas, a nuestro lugar de
nacimiento e infancia.
Tan
sólo añadir una cosa: no me había detenido a considerar lo curiosa, lo
bellamente que suena la palabra dehesa.
Más de un crítico ha señalado lo fuerte,
incluso lo mal que suena el castellano en alguno de sus términos: chorizo,
pellejo… en fin. Lo que sí afirmo y detecto es la capacidad asociativa de esta,
más bien, de estas dehesas: unos
verdes concretos, cierto aire rasante, esa belleza telúrica suave, lo cual
niega lo afirmado por tales críticos.
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