Jhon Ashbery
pOeSÍa
Hace
tiempo que interpreto las obras de los grandes poetas como ofertas mágicas de
mundos. Literalmente. Ningún arte verbal más identificado con la música y el
encantamiento chamánico que la poesía en cualquiera de sus universales
variaciones.
Precedo
mi comentario con estos matices para explicar no sólo el esfuerzo que he
empleado en introducirme en una obra poética totalmente desconocida sino también,
obviamente, para señalar el trabajo intimo que ha provocado que me interesara
hacer cosa tal, es decir, llegar a entusiasmarme con un texto hasta el punto de
desear leerlo.
Leyendo
estos, en apariencia, densos enjambres de palabras, he encontrado unos motivos
y unos tonos que me han resultado familiares: esa coloquialidad de algunas
película norteamericanas de los setenta, junto a cierto discurso que se deriva
de la aceptación y utilización de tales lugares comunes.
Asbery
practica una metaforización de la morralla que emerge en los márgenes del
lenguaje, manipula y emplea, si se me permite, algunos aspectos de lo que
podríamos denominar la vulgaridad
americana para convertirla en material expresivo, mezcla esa forma de
interpretar las cosas y articula los híbridos que son sus poemas sin que se
noten las suturas formales. Asbery no es un hermético, lo que ocurre es que
para el lector neófito o, quizás, no norteamericano el abigarrado folklore verbal
que anima el poeta produce ese efecto de
ebullición de la palabra en torno a nada y en torno a todo.
La
poesía de Asbery no revela misterios: recoge el efecto de un impacto que implosiona
multidireccionalmente en el seno del poema. Su poesía es el reflejo de
situaciones abstractas en vías de deslindarse de sí, conjuntos súbitos de
imágenes, fenomenalidad lingüística derivada de la percepción de que las cosas
suponen grupos de cosas, de microacontecimientos, de ramificaciones rotundas.
Hay
cierta circularidad en los poemas de Asbery: la de concebir cualquier punto del
espacio como origen de una historia, más o menos elusiva, más o menos fugaz o
indelimitable. La palabra tiene aquí la propiedad de rescatar cualquier matiz
olvidado, restablecer la perspectiva ahogada por el cúmulo de cosas gratuitas o
el tiempo.
Para
mí la obra de un René Char resulta diáfana si la comparo con la de un Asbery. Tendría que frecuentar más la poesía del
norteamericano para ubicar con mejor óptica la imbricación de sus textos y no
confundir la atomización pluridimensional de su poesía con las revelaciones del
oráculo que sí veo en la obra del francés.
Como
no hay espacio vedado a la eclosión demiúrgica de la poesía, eso es lo que me
gusta de la inventiva de Ashbery, que sus poemas nazcan de cualquier punto de
la abundosa prosa del mundo.
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