lunes, 20 de noviembre de 2023



POEMAS EN PROSA                 

Paul Valéry         

 

Hace tiempo me formé un estereotipo de Valéry, estereotipo que tendía hacia una idealización elogiosa,  y desde entonces, lucho ante cada libro de este poeta comprobando que la expectación suscitada se vea satisfecha con la incursión en la lectura de la obra suya que se me presente.

Muchas veces pensaba, qué poesía sería posible hacerse tras la de Mallarmé, el gran amigo suyo de juventud. Si el joven Valéry demostraba tal amor a las matemáticas y se perfilaba como el continuador de la aventura de Mallarmé sobre el folio, qué tipo de insondable y fascinadora poesía podría llegar a concebir.

En la redacción de Valéry existen ciertas frecuencias expositivas: la posición de Valéry es la del que se admira ante las virtudes puras de lo intelectual y se compromete a penetrar en los discursos de su formación para explicar con todo detalle la marcha de sus procesos.

Valéry demuestra habilidad a la hora de ubicarse ante el fenómeno del pensamiento, en el momento de colocarse ante la realidad de su hecho intelectivo y detectar los valores que su procedimiento ejecuta, los valores específicos que el pensar ilustra y descubre.

Lo que ocurre a veces es que Valéry se detiene ahí y recorriendo la suma compleja de los procesos del pensar, olvida o no nos da con la misma limpidez, lo que se encuentra más allá de esos densos y meros recorridos.

Nos presenta como un sortilegio el funcionamiento del pensar y esta es su limitación extraordinaria, podríamos decir.   

La concretez que Valery aplica y define, derivada de la observación de esa joya de la que todos disponemos, el pensamiento, no está tan a la par de hacer lo mismo sobre lo que este, finalmente, busca. Os describo las maravillas insólitas del mecanismo del reloj más exacto del mundo pero no os doy todas las veces la hora del mismo brillante modo en que he examinado tal objeto.

Valéry se extasía ante el instrumento del pensar y sus propiedades, pero sólo en tanto ese pensar se aplique al hecho estricto de constatar las circunstancias que rodean a la imagen discernida por el pensamiento. Quiero saber cómo estoy con respecto a la realidad, y qué expectativas puedo esperar del trance íntimo de mi pensar. O sea, un aclaramiento pormenorizado de las circunstancias de mi yo, la redacción secreta y prolija del dosier de mi persona ante eventos más o menos abstractos.

Estos poemas en prosa son, en definitiva, un conjunto de textos cuasi administrativos, si se me apura. Indudablemente pertenecen al curriculum de Valéry. El balance de mi devenir en el espacio-tiempo es exhaustivo y gozoso de leer, pero las grandes revelaciones morales son raras ante estas espumosas profusiones. ¿Cuáles eran los deseos de Valéry? Quizá sus vulnerabilidades eran, literariamente, poco fructíferas o meramente estratégicas.

Si hay algún hándicap a estos cercos reflexivos al propio pensamiento, es la ausencia de cierto color. Sus poemas en prosa se dejan leer, pero su atmósfera lírica es rala: descansa, más bien, en descripciones sobre el acomodo del propio pensar, la escritura es fenoménica, no canta. El racionalismo puede ser un instrumento exquisito si quien lo maneja es un temperamento como el de Valéry. Pero un racionalismo vulnerado se entregaría a la aventura. Aquí falta la sal de la anécdota, probablemente.    

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