Lo que me gusta de Guillermo
Carnero es que me da seguridad con respecto al mundo poético que va a ofrecer,
es decir, no espera uno en sus poemas incursiones extrañas, broza ideológica o
pagos subrepticios a una u otra actualidad. Su universo poético es felizmente
el de siempre, sus referentes pictóricos y estéticos son los que ya nos ha
mostrado en sus libros, su andadura poética, en suma, es continuación de los
pasos emprendidos y este poemario último nos lo ratifica en su delicada
brevedad.
Lo que se vino en llamar culturalismo es hoy, no sólo un
término orientativo de una poética, la de Carnero y otros, sino índice común de
una musa que ya no debiera sorprendernos desde el punto de vista crítico: se trata
de la atmósfera regular en la que el poeta articula el conjunto de sus motivos
literarios y vitales. Es decir, ya no podemos argüir quisquillosamente
artificialidad o sofisticación intencionada. Lo que para alguien pudo haberse
vestido de exquisitez no puede ser hoy sino la realidad vivida de una
experiencia bella, franca y compleja en el ámbito de la palabra,
independientemente de ismos y tendencias.
Es lo más obvio, pero repito que a mí lo que más me gusta y sorprende
de la obra de Carnero es su soberanía. Los límites o no límites formales, los
motivos mitológicos, los jardines y palacios, el acontecimiento de la guerra
civil, los amores vividos o los irreales, el culto a la belleza, la delicada
reivindicación del erotismo, la ornamentación que produce la evocación barroca
de todo ello, constituye el grueso, el volumen de la obra toda de Carnero que
aquí, en este libro, se plantea con ánimo ratificador.
Si amamos la diferencia en la mayoría de los órdenes de la
vida, en el panorama editorial español de hoy, este libro de Carnero con su muy
concreto registro, no tiene reparos en evocar a un Franz Lizst, a un Pompeo Batoni,
a la figura fascinadora de la mujer o bien a los ámbitos venecianos con
idéntico fervor.
Un par de apuntes. El poeta afirma en uno de sus versos
sentirse mejor entre los muertos que entre los vivos, consecuencia paulatina
pero contundente del paso del tiempo.
Tras las alusiones a la Guerra Civil, Carnero, en uno de los versos, dice: el sueño de un cabrero inocente e iluso, creo que en una no muy camuflada referencia a Miguel Hernández
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