martes, 6 de febrero de 2024

GUILLEVIC



ARTE POÉTICA

Guillevic

 

Lo breve siempre atrae porque se torna misterioso, fugitivo. Parece que lo que no se ha dicho está implícito oblicuamente en lo escuetamente expresado. Ver un par de versos flotar en la atmósfera pura de la página casi en blanco, produce un efecto hipnótico y fascinador. Qué sutil enunciado, qué mistérico oráculo se desprende del vacío. Un vacío que es el punto de gravedad, el espacio nativo de un decir, de un lucubrar.

Todos estos detalles describen elementalmente la primera impresión global de la poesía de Eugene Guillevic. Y tales primeras características son doblemente atractivas, pues resultan infrecuentes, exóticas en la literatura francesa.

Desde luego, Guillevic no busca la imitación del haikú, pero algo de la filosofía oriental sí resuena en el rechazo a lo barroco y a las densidades metafísicas y explicativas del discurso occidental que refleja su poesía.

Guillevic declara detestar lo misterioso en la elocución, es decir, la detallada fluctuación en poesía de oscuridades y hermetismos (re)buscados.

Guillevic busca un origen que es el origen mismo de las cosas, el momento fundador de lo que nos rodea, pues es en tal lance donde ya se encuentran todas las propiedades que trabajosamente nos obstinamos en rastrear y definir

en contextos remotos e impropios.

Para ello, Guillevic propone una visión procesual de nuestra relación con las cosas: ser/ a lo largo del tiempo/un poema/exponencial.

Porque quizá la realidad sólo es anfractuosa al principio, cuando nuestra reflexión cree acertar al iniciar sus pesquisas en ámbitos que eluden lo sensorial y lo más aproximativo, creyendo que en lo puramente intelectivo reside la solución a cualquier interrogación.

Lo que buscamos en un más allá complicado y etéreo se encuentra no ya en un aquí inteligible sino ubicado en las entrañas de uno mismo. Descubrir lo real es localizar la fuente de todas las identidades que se halla en nosotros mismos, por lo tanto el gran viaje iluminador consiste en encontrar nuestra ubicación ante las cosas, una ubicación activa posibilitada por la dinámica permeabilidad al pensamiento. No se trata de buscar el arrebato en sí para despejar vacíos, sino de propiciar la pausada participación en la totalidad que sólo a partir de nuestro movimiento personal comienza a desplegarse.

Escribir el poema/es desde aquí darse un allá/más aquí que antes.  

Con la idea de que toda efectividad y esencia se hallan en nosotros y no en atmósferas conceptuales perimetrales a nuestra voluntad, se inicia un proceso que sin violencias pero de un modo tranquilamente directo nos lleva a la paulatina metamorfosis de nuestra sensibilidad. Guillevic parece aconsejar un secreto colindamiento con las cosas, un hacerse poroso a lo que podríamos denominar presencia. Advierte que hay ciertos límites cognoscitivos que quizá nunca podamos superar, que pertenecen a nuestra naturaleza, pero que admitiendo tales límites de nuestras capacidades, las potencia. De este modo nos es posible entender a lo que podemos ir accediendo.

Las criaturas, las cosas, los mundos poseen vínculos tácitos que se activan y dilucidan si logramos iniciar el proceso de localizarnos a nosotros mismos en el sorpresivo plan del universo. Nuestro grado de soberanía y lucidez se hará eficaz cuando desjerarquicemos posicionamientos previos y sepamos danzar con nuestro entorno en un mismo centro de relaciones. Disfrutar de la unidad significa que hemos vuelto a nacer. Todo esto, dicho de este modo, semeja un mero programa de meditación. Es lo que en buena parte de los poemas de este libro, Guillevic visiona a través de una templada búsqueda de la soberanía íntima.

No pido más que quedarme/ en este lugar en el que me encuentro./intento poseerlo/en su todo y en sus detalles/ hasta confundirme con él/o mejor, confundirlo conmigo.      

 

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