ARTE POÉTICA
Guillevic
Lo
breve siempre atrae porque se torna misterioso, fugitivo. Parece que lo que no
se ha dicho está implícito oblicuamente en lo escuetamente expresado. Ver un
par de versos flotar en la atmósfera pura de la página casi en blanco, produce
un efecto hipnótico y fascinador. Qué sutil enunciado, qué mistérico oráculo se
desprende del vacío. Un vacío que es el punto de gravedad, el espacio nativo de
un decir, de un lucubrar.
Todos
estos detalles describen elementalmente la primera impresión global de la
poesía de Eugene Guillevic. Y tales primeras características son doblemente
atractivas, pues resultan infrecuentes, exóticas en la literatura francesa.
Desde
luego, Guillevic no busca la imitación del haikú, pero algo de la filosofía
oriental sí resuena en el rechazo a lo barroco y a las densidades metafísicas y
explicativas del discurso occidental que refleja su poesía.
Guillevic
declara detestar lo misterioso en la elocución, es decir, la detallada
fluctuación en poesía de oscuridades y hermetismos (re)buscados.
Guillevic
busca un origen que es el origen mismo de las cosas, el momento fundador de lo
que nos rodea, pues es en tal lance donde ya se encuentran todas las
propiedades que trabajosamente nos obstinamos en rastrear y definir
en
contextos remotos e impropios.
Para
ello, Guillevic propone una visión procesual de nuestra relación con las cosas: ser/ a lo largo del tiempo/un
poema/exponencial.
Porque
quizá la realidad sólo es anfractuosa al principio, cuando nuestra reflexión cree
acertar al iniciar sus pesquisas en ámbitos que eluden lo sensorial y lo más
aproximativo, creyendo que en lo puramente intelectivo reside la solución a
cualquier interrogación.
Lo
que buscamos en un más allá complicado y etéreo se encuentra no ya en un aquí
inteligible sino ubicado en las entrañas de uno mismo. Descubrir lo real es localizar
la fuente de todas las identidades que se halla en nosotros mismos, por lo
tanto el gran viaje iluminador consiste en encontrar nuestra ubicación ante las
cosas, una ubicación activa posibilitada por la dinámica permeabilidad al
pensamiento. No se trata de buscar el arrebato en sí para despejar vacíos, sino
de propiciar la pausada participación en la totalidad que sólo a partir de
nuestro movimiento personal comienza a desplegarse.
Escribir el poema/es desde aquí darse un allá/más aquí que
antes.
Con
la idea de que toda efectividad y esencia se hallan en nosotros y no en atmósferas
conceptuales perimetrales a nuestra voluntad, se inicia un proceso que sin
violencias pero de un modo tranquilamente directo nos lleva a la paulatina metamorfosis
de nuestra sensibilidad. Guillevic parece aconsejar un secreto colindamiento
con las cosas, un hacerse poroso a lo que podríamos denominar presencia. Advierte que hay ciertos límites
cognoscitivos que quizá nunca podamos superar, que pertenecen a nuestra
naturaleza, pero que admitiendo tales límites de nuestras capacidades, las
potencia. De este modo nos es posible entender a lo que podemos ir accediendo.
Las
criaturas, las cosas, los mundos poseen vínculos tácitos que se activan y
dilucidan si logramos iniciar el proceso de localizarnos a nosotros mismos en
el sorpresivo plan del universo. Nuestro grado de soberanía y lucidez se hará
eficaz cuando desjerarquicemos posicionamientos previos y sepamos danzar con
nuestro entorno en un mismo centro de relaciones. Disfrutar de la unidad
significa que hemos vuelto a nacer. Todo esto, dicho de este modo, semeja un
mero programa de meditación. Es lo que en buena parte de los poemas de este
libro, Guillevic visiona a través de una templada búsqueda de la soberanía íntima.
No pido más que quedarme/ en este lugar en el que me
encuentro./intento poseerlo/en su todo y en sus detalles/ hasta confundirme con
él/o mejor, confundirlo conmigo.
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