Algo tarde me he
enterado de la insólita noticia de la existencia de un video en el que aparece
el poeta Miguel Hernández. El hecho
lo daba a conocer Televisión Española
y la curiosa ocasión en que el poeta pudo ser efímeramente registrado por las
cámaras fue en Valencia, en el
famoso congreso antifascista al que
también asistió, entre otros intelectuales, Octavio Paz, que entonces conoció al poeta oriolano y nos dejó
elocuente testimonio de ello. Cuando he
visionado la grabación he experimentado una sensación doble o dos sensaciones
de carácter complejo en una. En primer lugar: cuando no existen imágenes
grabadas o incluso fotografías de un autor famoso, a este lo imaginamos
engastado en el espacio mítico de la historia, bien lejos del espacio gestual
de la cotidianidad. Por ello cuando a tal autor lo podemos contemplar en un
video descubierto por algún investigador o fruto súbito del azar, la sensación es de incredulidad, como si a tal
personaje no le correspondiese el mundo de todos los días sino el de la
trascendencia pura. Al ver a Miguel Hernández moverse y sentarse en las
escaleras del lugar donde se celebraba el congreso, remangándose los
pantalones, aplaudir y prestar atención al discurso que se emitía apoyando el
brazo, uno tiene que admitir que ese personaje fue también persona, persona
común y que no evolucionó en atmosferas remotas de la narrativa histórica o
poética sino que perteneció a la realidad.
La otra sensación es de
índole más divagatoria pero que a mí me golpea con la misma intensidad y
sorpresa que la primera. Tras ver no una mera imagen analógica del poeta sino
al propio creador moviéndose, desmitificante y real, preciso y vivo, tengo la
sospecha de que su ser existe en algún sitio del tiempo y del espacio. No se
trata de una percepción mecánica, y desde luego no me refiero al testimonio de los libros de historia ni inercialmente a la
memoria como depósito estático de hechos. Esta serviría, en todo caso de
plataforma para saltar desde ella hacia un punto transtemporal en el que
imagino vivo y actuante al poeta. ¿Sería este punto la eternidad? No lo sé,
habría que emprender la gran aventura de su definición. Yo sólo sé, sospecho,
tengo la brumosa intuición tras ver a Miguel Hernández extraordinariamente real, que su persona o
espíritu pervive en algún lugar en el que quizá vayamos a encontrarnos
todos.
1 comentario:
Nuestro poeta en un estado insólito...
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