Evitaríamos perdernos en excusas teóricas a la hora de definirnos ante
los otros si simplemente nombrásemos los motivos concretos que nos hacen ser certeramente
felices. A unos les bastará con tomarse un par de cervezas junto a unos amigos,
otros elegirán quizá la lectura o el cine, y también habrá quien en el ámbito estricto del propio
trabajo halle elementos lo suficientemente variados para alcanzar la plenitud
personal.
Si he de referirme al abanico de preferencias
personales que me procuran una gran satisfacción, hace tiempo que descubrí un
pequeño universo insólitamente vívido y de veras alternativo: la música de países
como Hungría, Bulgaria o Rumanía.
El inglés suena por todas partes y hace tiempo que ya no hay directores de cine o artistas europeos que supongan una alternativa notable a la oferta anglosajona. Es más: nos creemos que sólo la música de procedencia norteamericana o británica se configura como la única música pop.
Cuando descubrí las músicas de los un tanto
despectivamente llamados “países del este”, creí asistir a una prolongación de
los territorios musicales, a una progresiva revelación de mundos y motivos, a una nueva narrativa musical
con la que yo, oscuramente, había soñado contra las formas imperantes. Efectivamente.
Las músicas de Bulgaria o las de Hungría afirmaban la originalidad europea y señalaban
a notables orbes musicales que poseían sus propios representantes clásicos.
Los flujos sonoros búlgaros, los virtuosismos de
violín húngaros y el estallido de genialidades musicales que procuraban los
confines rumanos, suponían la multiplicación hasta el infinito de las
potencialidades artísticas del Viejo continente desde un mismo lenguaje: el
musical
A las músicas de estos países debo añadir las de
la antigua Yugoslavia, esas contundentes bandas de percusiones y vientos,
comprendidas actualmente, como expresiones típicas de Croacia y Serbia.
Escuchar las músicas de estos países en cuestión, me hace viajar a un mundo de nuevas heroicidades y esperanzas y además, como apuntaba antes, me producen una felicidad inmediata, esa felicidad que, en suma, sólo la música, arte temporal por excelencia, encarnación del presente absoluto, sabe realizar.
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