Acabo de enterarme de la
muerte de una prima mía. Como siempre ocurre con la muerte, el primer impacto
te sume en la incredulidad. Casi inmediatamente después te crees soñar la
realidad, todo se vuelve extraño, espectral, remoto. Y también, lo confieso,
experimento cierta pereza, cierto cansancio ante las obligaciones sociales a
que te obliga un suceso así. Será porque la mente ya está cansada después de
tantas muertes en el entorno familiar. Ya resulta imposible asumir una
desaparición infinita como para tener fuerza para las representaciones
sociales. Y sin embargo en el encuentro con los familiares del desaparecido
reside una semilla de esperanza: reiniciar el diálogo entre nosotros como almas
que somos.
Suena por la radio
música de los hermanos Carpenter. Se
me retuercen las entrañas de melancolía. Viajo de inmediato al cálido, cursi y
sentimentaloide mundo de sensaciones adolescentes de los años setenta
convertido en pura y temblorosa espectralidad. Necesito algo de James Brown, algo de Stockhausen, música serbia de viento y
percusión, rápido, algo contundente que me traiga a la vitalidad estallante del
ahora…
Dios
confía en ti. Esta frase, que creo, procede de alguno de los libros de
la Biblia, la escuché el otro día en
un video y me estremeció hasta las lágrimas. Qué insólito chute de esperanza y
vigor. Dónde está colocado el inicio de toda revolución: en mí. Ni más ni menos.
Observo un video de
desfile de modelos. Intento turbarme lo menos posible con la suculenta
exhibición de curvas, carnes en movimiento, cabelleras hechizantes y miradas
encantadoras. Intento observar con objetividad
lo que se me ofrece. Es un milagro que hay que agradecer al cielo el que
semejantes bellezas a las que hay que añadir ternura, bondad y comprensión, existan
entre nosotros, teniendo que vérselas con los orangutanes que pululan por ahí….
Todos los días me
tropiezo con extranjeros: africanos, magrebíes, subsaharianos, mujeres veladas
pululando libremente por las calles. Es precisamente esta inercia, esta rutina
de la no comunicación, de la inexistencia de diálogo lo que me exaspera. Cómo
me acuerdo de aquellas palabras de Mircea
Eliade cuando exponía que ante el devenir de los nuevos siglos, se
hacía incuestionablemente urgente llevar
a cabo no sólo una hermenéutica de las grandes religiones sino obligarlas a
dialogar entre ellas. Describir la cola del Mercadona casi confirmaría la presencia de identidades, culturas y
religiones en un mismo espacio de convivencia, pero la realidad es que simplemente
coexistimos sin que se obre el milagro de la verdadera comunicación, ya que
esta sí alteraría positivamente la
uniformidad reaccionaria de creencias e ideologías.
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