viernes, 22 de agosto de 2025

SUMAS V

 


 

Acabo de enterarme de la muerte de una prima mía. Como siempre ocurre con la muerte, el primer impacto te sume en la incredulidad. Casi inmediatamente después te crees soñar la realidad, todo se vuelve extraño, espectral, remoto. Y también, lo confieso, experimento cierta pereza, cierto cansancio ante las obligaciones sociales a que te obliga un suceso así. Será porque la mente ya está cansada después de tantas muertes en el entorno familiar. Ya resulta imposible asumir una desaparición infinita como para tener fuerza para las representaciones sociales. Y sin embargo en el encuentro con los familiares del desaparecido reside una semilla de esperanza: reiniciar el diálogo entre nosotros como almas que somos.

   

 

 

Suena por la radio música de los hermanos Carpenter. Se me retuercen las entrañas de melancolía. Viajo de inmediato al cálido, cursi y sentimentaloide mundo de sensaciones adolescentes de los años setenta convertido en pura y temblorosa espectralidad. Necesito algo de James Brown, algo de Stockhausen, música serbia de viento y percusión, rápido, algo contundente que me traiga a la vitalidad estallante del ahora…

 



Dios confía en ti. Esta frase, que creo, procede de alguno de los libros de la Biblia, la escuché el otro día en un video y me estremeció hasta las lágrimas. Qué insólito chute de esperanza y vigor. Dónde está colocado el inicio de toda revolución: en mí.  Ni más ni menos.

 

 

Observo un video de desfile de modelos. Intento turbarme lo menos posible con la suculenta exhibición de curvas, carnes en movimiento, cabelleras hechizantes y miradas encantadoras. Intento observar con objetividad lo que se me ofrece. Es un milagro que hay que agradecer al cielo el que semejantes bellezas a las que hay que añadir ternura, bondad y comprensión, existan entre nosotros, teniendo que vérselas con los orangutanes que pululan por ahí….

 

 

Todos los días me tropiezo con extranjeros: africanos, magrebíes, subsaharianos, mujeres veladas pululando libremente por las calles. Es precisamente esta inercia, esta rutina de la no comunicación, de la inexistencia de diálogo lo que me exaspera. Cómo me acuerdo de aquellas palabras de Mircea Eliade cuando exponía que ante el devenir de los nuevos siglos, se hacía  incuestionablemente urgente llevar a cabo no sólo una hermenéutica de las grandes religiones sino obligarlas a dialogar entre ellas. Describir la cola del Mercadona casi confirmaría la presencia de identidades, culturas y religiones en un mismo espacio de convivencia, pero la realidad es que simplemente coexistimos sin que se obre el milagro de la verdadera comunicación, ya que esta sí alteraría  positivamente la uniformidad reaccionaria de creencias e ideologías.

 


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