STEVE REICH, EL SWING INMARCESIBLE
Este martes pasado actuaba en el Reina Sofía el músico norteamericano Steve Reich y su grupo. Suerte tienen los madrileños de verlo. He saqueado los cortes ingleses murcianos y alicantinos, y los fenacs respectivos (creo que debo ser el comprador exclusivo de sus discos en estas dos ciudades) buscando obsesivamente cedés suyos, que aquí, en Españaña, como decía Satie, llegan con cuentagotas. Reich es el compositor minimalista que más me gusta. Miemtras que Glass te arrebata con la locura de la repetición a escala macrocósmica, o Riley se expande ramificándose harmónicamente sin término, Reich es selecto y preciso, lineal y fundamentalmente rítmico. El universo sonoro que construye es sutil e incisivo, e igual de hipnótico que el de sus colegas.
Música para 18 intérpretes es la pieza ideal para poner en una fiesta o en cocktail, invita a la comunión colectiva, al disfrute erótico del flujo sonoro ininterrumpido. New York counterpoint retrata genialmente la extrañeza ante la gran ciudad convertida en laberinto hostil y fascinador. Las obras para dos y seis pianos, Piano Phase y Six Pianos, son puras gozadas inductoras de un articulado éxtasis. El Sexteto es una obra mistérica, con un final espectacular, ascendente y orgásmico. El Octeto es también una pieza trepidante de notable virtuosismo.
Se ha repetido que la música minimalista es una expresión mística emanada, paradójicamente, del centro de la urbe. ¿Paradójicamente? Glosar esto daría para un largo ensayo - que alguien habrá escrito ya - y que modificaría o añadiría interesantes perspectivas a nuestro concepto de lo que supuestamente tiene que ser música clásica hoy. Aunque les irrite a los europeos, enfrascados en el pulimento académico de la disonancia, y en la experimentación sin fin, la aportación de los minimalistas a la música clásica contemporánea ha sido de primera línea, suponiendo una de las más brillantes recuperaciones de la tonalidad.
A Steve Reich le debo toneladas de placer secreto y un estremicimiento particular. Recuerdo una tarde tristísima en Alicante. Adquirí un disco de Steve Reich, la única novedad en aquella pesarosa jornada. Cuando escuché Tokyo/Vermont Counterpoint, una obra breve para marimba procesada electrónicamente, la música me pareció tan delicada y vigorosa, a un tiempo, tan brillante y encantadora, que, estando como estaba con las defensas bajas, me atravesó y me eché a llorar. Me hizo pensar que la belleza era posible todavía, que ahí fuera estaba el universo, esperando ser descubierto. Escuchando imaginaba cristales de hielo, gotas de agua formando flores heladas. Por ello, me molesta la simplificación con que se prejuzga a la llamada "música minimalista", etiqueta que corre con tanta ligereza entre los comentaristas. A menudo, la expresión artística no responde a la simplificación conceptual que han hecho de ella. Por la soberanía e imprevisibilidad de la propia naturaleza estética, claro.
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