Un
pelín decepcionante la entrevista a Tahar Beb Jelun que el Cultural del ABC
publicaba este sábado pasado. A pesar de la buena postura del escritor marroquí
con respecto a la zapatiesta que hay armada, salen de nuevo a flote algunas
expresiones que se han convertido casi en muletillas, en frases estereotipadas
que no producen sino desesperación crítica. Lo de “el
Islam verdadero no tiene nada que ver con lo que está ocurriendo, con la
barbarie del estado islámico, etcétera”, cansa, aburre y necesita una mayor
explicación. Da la impresión de que este argumento escamotea el someter al
Islam a una crítica directa. Compruebo que ningún intelectual árabe se atreve
realmente a ello. Se empeñan una y otra vez en salvar al texto sagrado de lo
que concebirían como un atentado contra la verdad revelada.
Las audacias críticas no son exclusivas de este lado del planeta. Remito a
las notables y sorpresivas declaraciones
de Wafa Sultan, psicóloga árabe-americana, que recomiendo visionar en Youtube.
Por su boca salen con contundencia e indignación palabras que todos hemos
soñado decir. Ante el testimonio de personas así, uno respira aliviado, no por
la zurra dialéctica que el otro bando se ha llevado sino porque son las
personas pertenecientes a la cultura islámica o vinculados a sus códigos los
que están legitimados para efectuar cambios reales o criticar su mundo
ideológico.
Ben jelun dice no saber cómo un árabe
residente en Europa se convierte en extremista, pero luego dice al
entrevistador que todo, absolutamente todo el conjunto de horrores, atentados y
hostilidades y el rechazo a Occidente desaparecerían si se solucionara el
conflicto palestino-israelí. Así, digo yo, como por arte de magia. Para mí hay
claramente vasos comunicantes entre ambas cuestiones y me sorprende que Tahjar
no las perciba: aquel pasaje del Corán en el que se hace un llamado a los
fieles a defenderse en el caso de ser atacados. La iluminación alienante del
terrorista y la reacción de todo el mundo árabe ante la ocupación de
territorios palestinos, son la manifestación eléctrica del musulmán a tal llamado. Aunque
se insista una y otra vez en la diversidad del mundo árabe, esta reacción “defensiva”
confirma a ojos occidentales la uniformidad del ser árabe.
Verdadero
origen de la Primavera árabe.
El
joven que se suicidó en Túnez, no lo hizo por motivos políticos, ni por
defender presuntas democracias en suelo musulmán, sino por orgullo. Se mató no
porque la policía le hostigase, sino porque una mujer policía lo abofeteó,
gota - superespecífica – que colmó el
vaso. El hombre no pudo soportar tal
humillación y ante la imposibilidad de reaccionar contra la oficial, dirigió su
rabia contra sí mismo, matándose y convirtiendo su suicidio en la protesta del
ser que no puede llegar a más bajo grado de humillación. La masa vio en el fin
del joven una expresión metafórica de la opresión tiránica en que vivian y
estallaron así las protestas. El verdadero origen de las revueltas de la
Primavera árabe conforma todos los componentes de un auténtico cuento oriental.
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