Últimamente
son frecuentes las ediciones de libros de aforismos. La condensación semántica
en frases breves y la aparente ligereza de este formato, junto a ese soniquete
de las actualidades lectoras que parece
indicar una preferencia postmoderna por estos géneros, - o bien, hay un sibilino reclamo de textos
breves o bien, la edición de los mismos produce lectores que antes no eran visibles
– explican (¿explican?) el fenómeno.
Cada
aforista, a través de la exposición de sus fogonazos verbales o en
correspondientes y formales prólogos, despliegan las razones de su estrategia
escritural. De este modo personalizan un género que podría muy bien disolverse
en el magma cósmico de un solo verbo que desde el corazón de una tormenta de
lucidez hablara por todos y casi cada uno de los amanuenses, pues la
personalidad se hace difícilmente discernible en el tono aforístico, proclive a
las simplificaciones brillantes, las precisiones metódicas y los súbitos ordenamientos sorpresivos de la frase.
Ferlosio
también lo hace, es decir, justifica y contextualiza su plan de escritura y además nos advierte meridianamente de en qué
consisten sus pecios, y del método y razones de su procedimiento estilístico.
Pero
Ferlosio ni es un aforista más, ni un
explotador fácil de la forma concisa en distraída búsqueda de consonancias editoriales. Tildado
por Juan Benet como el mayor escritor español vivo, creo que podemos sentirnos
satisfechos de que un escritor de los grandes, rozando los noventa años, nos
regale tan fibrosos manojos de su pensamiento sobre una realidad a conquistar, enmohecida por los vicios lingüístico - ideológicos.
Diríamos
que el aforismo, la sentencia, la definición sucinta, el paradigma textual – en
tanto receptáculo de descripciones inmejorables de relaciones complejas - no
son formas que la escritura de Ferlosio persiga intencionadamente sino resultados de un pensar aspectos
concretos de la realidad y la actualidad, derivaciones de una investigación de
la realidad que confina la verdad no en recovecos insondables sino en la
superficie misma de los hechos. Hoy, más que nunca, realidad y actualidad
confunden sus términos por el imperio de los medios. Ello explica el escrutinio
de citas periodísticas, tal y como el mismo Ferlosio, en un epílogo, confiesa, ya que es allí- también – donde esa
verdad de los asuntos humanos se produce y discierne. Los hechos y las
hablas, las predilecciones temáticas y
las recurrencias ideológicas, conforman el territorio de dilucidación y
confrontación expeditiva de la teoría.
En
alguna reseña periodística he leído que en este volumen se recogían “perlas del
idioma”. No creo que sea muy exacta esta indicación, porque por un lado, limita la selección de estos textos a las determinaciones
estilístico-exquisitas del genio del escritor, dándole un matiz fácilmente degenerable
en cursilería ; y por otro, tales perlas
parecen ofuscar su propio brillo cuando el autor de párrafos tan compactos y
selectos no teme en expolsarse con
expresiones como “pestazo a semen”, “ni puta falta para nada”, “Qué coño”, o
afines… Quizá tales expresiones nos están indicando, tan sólo, que tras lo
circunspecto de las exposiciones verbales se encuentra alguien, no un sacerdote
ni un alma aséptica, sino una persona que sufre y está harta y se libera,
puntualmente así, de las presiones de su propio discurso y del cariz que
presentan las cosas de que habla.
El
misterio del leguaje, ha supuesto en nuestro agitado siglo XX una producción vertiginosa
de literatura crítica y teorías sobre su origen, funcionamiento y naturaleza. Objetivo
común de semiólogos, gramáticos, filólogos y filósofos, el lenguaje ha
terminado sacralizándose teóricamente.
Ferlosio
toma la unidad básica del lenguaje, la palabra, como un instrumento a libre
disposición y evita los conceptos densos derivados de interpretaciones
hermetizantes o sacrales de la palabra y el lenguaje. La palabra tiene que
verse libre de sacralizaciones para poder significar, para poder aludir al
presente, a la multiplicidad envolvente. Nada más desquiciante para la
actividad del escritor que verse obligado a respetar religiosamente las
palabras y tener que hacer un uso formal o eufemístico de las mismas en la
descripción de lo real y en su utilización narrativa.
Ferlosio
reivindica la profanidad de la palabra, aspecto básico de su escritura, y
factor clave para integrar las expresiones más crudas y grasientas con los
ensamblajes más ilustres y las definiciones ejemplares. …….
Una
parte del proceso analítico de Ferlosio consiste en un examen semiótico de las
convenciones lingüísticas no por obvio menos sutil y preciso. La relación
semántica de algunas de las expresiones que utilizamos comúnmente y que no se
nos ocurriría ni rastrear y mucho menos criticar, está designando un grumo
ideológico, un conjunto indistinto de referencias cuya exposición y declaración
pondría a las claras los diversos grados de confusa aceptación del proceso de
ahormamiento al que hemos sometido al pensamiento y a la sociedad.
Creo
que incurriría en una cursilería si, intentando esbozar un elogio, citase “la
autenticidad” de Ferlosio, es decir, el lugar anímicamente insobornable desde
donde escribe y percibe el mundo. Creo, también, por otro lado, que no erraría
si aconsejase al lector dejarse llevar por las notables incidencias del texto y
no por la gestualidad del personaje (ya sabemos que esa autenticidad a la que
torpemente aludo, puede mostrarnos al autor bajo la engañosa guisa de la caricatura
o de lo estrafalario, aunque ahora las cosas están de tal modo que ser reaccionario
es una forma de ser críticamente atrevido).
En
suma, Ferlosio nos muestra el resultado de un escrutinio concienzudo y nada
esquivo con la realidad, cuyo acendramiento exige un lector a la misma altura, y su texto que se desprende en incisivos textos
autónomos no se reduce a un florilegio: es la sólida exposición de una
escritura en acción.
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