miércoles, 28 de octubre de 2015

ESCUCHANDO LOS ESTUDIOS PARA PIANO MECÁNICO DE CONLON NANCARROW






Festejo del intelecto. Maravilla de que el pensamiento humano produzca tales obras, tal cantidad prodigiosa de notas arremolinándose, sucediéndose, desparramándose, astillándose y multiplicándose por el espacio. Qué labor faraónica la de transcribir los ejércitos de notas a un rollo perforado después de haber compuesto cada una de las piezas.  

Lo característicamente sorpresivo de la escritura musical es que cada nota haya sido pensada. Aplicado aquí es como si se le hubiera puesto un nombre diferente a cada grano de arena del universo. El meticuloso registro de cada nota ¿se ha producido de golpe, o paso a paso? De qué forma surge una maravilla musical como los estudios de Nancarrow, qué eléctrica sensibilidad los ha generado, qué sobreimaginación los ha propiciado? ¿Quería Nancarrow emular a la máquina, superarla gracias a la utilización de otra máquina, demostrar que las posibilidades imaginativas del cerebro van más allá de lo que dos y cuatro manos pueden interpretar en un teclado?

Partió de varios modelos: el jazz, el barroco, el vanguardismo, incluso el flamenco son sumas de velocidades, de intensidades, metas estéticas, estilos de los que tomó lo que necesitaba para trascenderlos en una labor alquímica que sólo el vértigo de la máquina podía reproducir.

A veces, cuando la imaginación creadora, cuando el intelecto se propone lo imposible, lo consigue y es ahí donde el ser humano se erige soberano, legítimo fundador de un mundo. La extraordinaria obra de Nancarrow festeja eso mismo: la conquista del infinito, la convergencia jubilosa de juego y creación en una explosión de fugas y cromatismos.    

 

 

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