Festejo
del intelecto. Maravilla de que el pensamiento humano produzca tales obras, tal
cantidad prodigiosa de notas arremolinándose, sucediéndose, desparramándose,
astillándose y multiplicándose por el espacio. Qué labor faraónica la de
transcribir los ejércitos de notas a un rollo perforado después de haber
compuesto cada una de las piezas.
Lo
característicamente sorpresivo de la escritura musical es que cada nota haya
sido pensada. Aplicado aquí es como si se le hubiera puesto un nombre diferente
a cada grano de arena del universo. El meticuloso registro de cada nota ¿se ha
producido de golpe, o paso a paso? De qué forma surge una maravilla musical como
los estudios de Nancarrow, qué eléctrica sensibilidad los ha generado, qué
sobreimaginación los ha propiciado? ¿Quería Nancarrow emular a la máquina,
superarla gracias a la utilización de otra máquina, demostrar que las
posibilidades imaginativas del cerebro van más allá de lo que dos y cuatro
manos pueden interpretar en un teclado?
Partió
de varios modelos: el jazz, el barroco, el vanguardismo, incluso el flamenco
son sumas de velocidades, de intensidades, metas estéticas, estilos de los que tomó lo
que necesitaba para trascenderlos en una labor alquímica que sólo el vértigo de
la máquina podía reproducir.
A
veces, cuando la imaginación creadora, cuando el intelecto se propone lo
imposible, lo consigue y es ahí donde el ser humano se erige soberano, legítimo
fundador de un mundo. La extraordinaria obra de Nancarrow festeja eso mismo: la
conquista del infinito, la convergencia jubilosa de juego y creación en una
explosión de fugas y cromatismos.
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