Vinculamos nuestros
recuerdos, naturalmente, a personas, pero también a lugares, a espacios
específicos, a las casas en las que hemos vivido, a los locales donde hemos
trabajado, etcétera. Cuando tales sitios, cuando tales lugares dejan de existir
físicamente, porque nuestra antigua casa o donde trabajábamos, han sido
derruidos, el recuerdo se agarra al recuerdo de tales lugares. Es decir, el recuerdo
experimenta un doble repliegue: al no existir el edificio físico que invoque el
recuerdo de nuestras experiencias vividas allí, tiene ahora que realizar la
operación de sumirse en la pura potencia de la memoria sin ya conexión identificable con realidades exteriores. Estas
reflexiones han atravesado mi cabeza esta tarde, veteadas de cierta amargura
que he tenido que controlar porque amenazaba con herirme mucho más de lo
necesario, al contemplar el vacío, sembrado de esquirlas y ruinosos restos, a que
ha quedado reducido el edificio donde se ubicaba el veterano negocio paterno y
las casas de un par de tías abuelas.
Radio Luz echó a caminar
entre finales de los años veinte y principios de los treinta. Al principio
consistió en un comercio que vendía vajillas, lámparas y demás objetos de
interiorismo, antes de convertirse, definitivamente, una década y pico después,
en tienda de electrodomésticos. Radio Luz fue, en lo suyo, un negocio pionero e
histórico en Orihuela. Entre los años sesenta y setenta fue la vanguardia del
mundo eléctrico en la ciudad. Vendía tanto discos como bombillas, lavadoras y
frigoríficos como radios, altavoces o focos. Las instalaciones eléctricas modernas
de Santa Justa, la catedral, el seminario o el casino las colocó esta empresa,
así como también la iluminación del polideportivo, a fines de los setenta.
Arriba, en el primer
piso vivía Doña Pilar, gran amiga, zaragozana e irónica, en el segundo nuestra
indescriptible tía abuela Isabelita, y en el tercero, la tía Conchita, la
alegre prima de la anterior.
En fin, ¿dónde queda
todo esto ahora? Si reparamos en Platón, ¿puede uno esperanzarse pensando que
sus arquetipos ideales residen ahora en algún recoveco de la memoria universal,
o hay que resignarse a que sólo tendrán vida en los recuerdos personales? Ayer,
al pasar ante las ruinas, pensé en Heráclito: la vida es un flujo de
mutaciones. Nada persiste, todo cambia. Este pensamiento antes me fascinaba,
ahora, al verlo aplicado a una realidad personal me hacía menos gracia, me parecía
cruel y aniquilante.
Esta tarde, al llegar a
casa y echar un vistazo a fotos en las que aparecen las personas que vivieron
en el edificio y las que trabajaron en el negocio de mi padre, esta vez sin
acordarme de Heráclito, he pensado: ¿qué tipo de realidad es la que manifiestan
estas imágenes antiguas, una realidad destinada, ineludiblemente, a desaparecer,
o, de algún recóndito modo, esa realidad que todos ellos vivieron no se ha extinguido
y vive de una forma que no podría sino llamar misteriosa en un lugar que nos es imposible señalar geográficamente?
Vista frontal, donde se radicaba Radio Luz. |
Casa de Doña Pilar. Cómo persisten esos azulejos que tienen ochenta años. |
Pobre calle San Juan |
Discreto decorado vagamente modernista en casa de mi tía Isabelita |
Ubicación de las cocinas |
Vista trasera, donde estaba la entrada a las viviendas y a la trastienda y despachos de Radio Luz. |
**
Después de hacer las
fotos anteriores, me he encontrado, en una calle vecina, con este gatico en apuros, que por un lado
me ha consolado ligeramente de mis pensamientos anteriores y me ha hecho
recordar que la vida ofrece, junto a las circunstancias de uno, espacios anexos
e interminables, llenos de peripecias.
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