Me encantan estas imágenes
del pintor Gustav Klimit con su compañera, la diseñadora y modista Emilia
Floge. Me hacen pensar en los artistas como en una suerte de aristocracia
propia, una élite exquisita unida por un motivo común: la belleza. No es una
casualidad que sean estas imágenes las que me suman en un estado de admiración
y de melancolía: la época en que ambas personas, Klimit y Emil Floge, vivieron,
experimentó todavía el arte como un lugar en el
que habitar y ser feliz. Siento admiración porque a principios de siglo
el artista era un creador de mundos y eso era respetado; melancolía porque el
aura que percibo al contemplar a esta pareja, esa tranquila exquisitez que emana
de la soberanía de sus personas, me cuesta más verla en los artistas de hoy, o
está más desdibujada por la violencia, por el prosaísmo de los tiempos que se
viven. Estoy asumiendo estereotipos, desde luego, pero Klimt, su compañera, ese ambiente
en el que viven y crean, incluso el escenario físico, me parece todo tan encantador como irrepetible.
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