ALFABETO. PAUL VALÉRY
Paul Léautaud dice en más de
una ocasión en sus diarios lo que le parece la obra de Paul Valéry, sin dejar,
por ello, de admirar la vitalidad
intelectual de su tocayo y amigo: ejercicios de estilo que no van a ninguna
parte. Ciertamente, leyendo las breves páginas de esta obra editada por
Pretextos, uno casi se ve obligado a confirmar que se trata de una obra salida
de la nada, emergida de sí misma y que roza la brillante nadería. El escrúpulo
que Valery pone en hilvanar cada línea de este Alfabeto, no va más allá de
confirmar su origen puramente intelectual, es decir, de certificar una pureza
escritural que no se justifica sino a sí misma.
La motivación de Alfabeto resulta indiferente para quien
la máxima excelencia que pudiera invocarse ante toda empresa fuera el Pensamiento,
con su corte de logicismos y virtualidades. Por esto mismo, cualquiera también
podría admirarse de la aparición absolutamente gratuita en el mundo de las
letras de una obra como esta, que no
consiste sino en la exposición rigurosa
de una serie de sensaciones cuya significación profunda se desea extraer al
vaivén de vislumbramientos subjetivos. Para una mente omnisciente cualquier
sensación se convierte en indicio notable, en el signo del nacimiento de un
mundo insólito.
A pesar de lo abstracto
de su argumento y la escuetez de su escritura, hay un par de ráfagas en este Alfabeto que merecen subrayarse:
El alma abreva en el tiempo.
La caricia le da forma a la forma para amoldarse a ella.
Acecho a una presa que ha de nacer de mí.
Quizá sea una ley del espíritu la que obliga a desconocer hasta la más
ingenua de las leyes. Exige que el deseo nunca se parezca a sí mismo.
Lo interesante aquí es que
el poeta que ve este tipo de belleza,
por un lado afirma su existencia, y por otro, se compromete a defenderla. Quizá
esta debiera ser la premisa de todo pensamiento solitario: proteger lo que
intelectiva o emocionalmente haya descubierto.
A mí me gusta Valéry, pero
comprendo que quienes lo elogiaron en su momento, posteriormente, se
arrepintieran algo de ello. Por ejemplo, pienso en la displicencia que muestra Borges en todas
sus entrevistas, con respecto a la figura de Valery, tras haber escrito el
famoso ensayo sobre el autor en su recopilación de ensayos Inquisiciones. Ortega y Gasset admiró al poeta
pero le negó autoridad filosófica. Octavio paz, más clemente, aceptaba las
sugerencias de ambas habilidades en una, convergente y brillante para las
letras y la imaginación intelectual. Alfabeto no nos descifra nada, pero la
persona literaria que hay bajo esos tanteos, supone una suma de potencialidades
que no tenemos por qué negarnos su disfrute, y más teniendo en cuenta lo
escuchimizado que las nuevas generaciones están dejando al pensamiento, fascinadas como
están por las zarandajas tecnológicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario