Voluptuosas galaxias te
cercan en el preciso momento en que has decidido partir de donde estás. Rumores
cálidos, una sensorialidad sin rostro te rodea y decide hipnotizar hebras de ti
que se desprenderán con sumo placer de sus ubicaciones orgánicas para retornar
y volverse fluido blando en los flancos del cuerpo. Tú eres ese cuerpo que se
deja llevar por túneles cromáticos, suavemente ascendentes y descendentes,
conductos translúcidos de sonido ámbar y violeta que acarician las sienes, que
te rocían de una nueva y leve memoria: el absoluto es este vuelo lánguido y
lúcido hacia confines que también fluyen.
Qué ocurrirá cuando la
música cese, qué aspereza de universos extraños será la que me espere cuando la
música deje de ser perceptible. Qué tierra habré conquistado por haber sido
sensible a la llamada de la música. Pero esa angustia desaparece pronto porque estoy
siendo en el ritmo, a través del ritmo que de algún modo me escolta, siendo yo
también ese movimiento. No discierno instrumentos, sólo fascinaciones sonoras. La
música acaba con mi ajenidad. Me incorporo sin esfuerzo al placer y a la
inteligencia de saberme un son, un reflejo de la harmonía.
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