Del mismo modo que se cae en
una tentación, el sensorial intelecto de un servidor ha sido esta tarde
atravesado por la caricia primaveral y el ambiente de fiesta que se aproxima. Densa
e ingrávida conjunción, que, sin embargo puede dejar su huella en forma de
poema, como ha sido el caso. Siento lo que he escrito pero no me hago
responsable de lo producido. Ha sido resultado de las ondulantes
circunstancias.
Vésperos
de Cuaresma
Ya la tarde
se hace habitable.
Ya resulta dulce salir, confundirse
Con el azul y el aire fresco, ahora que
Las calles de Orihuela están perfumadas de azahar
Y el cuerpo se deja acariciar paulatinamente
Por este abandono, entre florecimientos secretos.
Ensayan por las noches las bandas,
Y la ciudad se estremece con este mensaje
que ritualmente, retorna,
ordenando el tiempo por la liturgia inminente.
La repetición nos gusta y nos tranquiliza:
Dios va a sacrificarse de nuevo por nosotros
Y de nuevo capirotes y reflejos de cresatén
Salpicarán de fascinación
el espacio urbano de todos los días.
La repetición nos seduce aunque no signifique nada,
La repetición significa la repetición misma.
Y yo, sumido en este poema y en esta unción,
enfebrecido por la repetición
de la estación primaveral y sus horas translúcidas,
los hábitos del tiempo y la vida cíclica del sol,
volveré a camuflar mi alma
en la dulzura de la contemplación,
y a desaparecer sin morir
mientras el festejo irradia su misterio
entre inciensos, redobles de tambor
y pasos que levitan.
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