De aquí a mediados
de octubre, queda toda una eternidad de calores
y días de refriega solar como para esperar a la clausura probable del
siguiente ciclo de poesía. Sería entonces cuando la publicación de las
intervenciones del ciclo anterior gozase de su justa presentación. Como,
además, hay dudas acerca de que tal presentación se produzca, me adelanto a
toda alarmante virtualidad remitiendo al piélago internético esta nota sobre
tal publicación que, materialmente, ya tiene vida efectiva.
Aitor Larrabide y José
Luis Zerón, artífices del proyecto, en los prólogos del volumen ya comentan
todo lo que oficialmente hay que comentar con respecto a las distintas
circunstancias de llevar a cabo una publicación como esta.
Yo, simplemente,
subrayo la estupenda oportunidad que no sólo para la memoria de Miguel
Hernández sino para la poesía misma se ha dado con la serie de encuentros que
tuvieron lugar en su casa natal durante el otoño, invierno y primavera pasados.
Un poeta supone una
obra poética consecuente, una biografía y una geografía real como itinerario de
los accidentes y acontecimientos que hilaron la vida de tal poeta. En este
sentido, con Miguel Hernández tenemos suerte, pues los lugares en los que moró
y la propia estructura de lo que es hoy el casco antiguo de Orihuela, facilita
esa ubicación precisa en las labores de la memoria que rastrea anécdotas y episodios.
Yo preferiría
contemplar a Miguel Hernández, antes que motivo de uniformantes recordatorios, como pretexto para la invocación de la poesía y la actualidad de sus mensajes.
Y tales mensajes no
pueden darse sino a través de la obra de los poetas que desde distintos
registros escriban hoy.
27 poetas han sido
los que “han cabido”, los que han entrado en la celebración del último ciclo de
poesía en la casa donde nació nuestro querido vate.
Toda iniciativa
sobre cualquier motivo puede producir cualquier cosa más o menos memorable. El hecho
de reunir a más de veinte poetas tanto de la provincia como de comunidades
vecinas en torno a un poeta tan vívido como Miguel Hernández y que las
intervenciones ordenadas de todas estas personas se incluyan en un volumen
colectivo, implica siempre un trabajo de resultados generalmente entrañables,
aunque posteriormente tanto los distintos encuentros como el libro que reúne la
suma de los textos leídos y el nombre de cada uno de los autores, se vayan
borrando en el horizonte con el paso del tiempo. De todos modos, la publicación,
hecho hermoso en sí, ahí está.
Decía Octavio Paz
que a veces sucede: no que la poesía se aleje de la sociedad sino que sea esta
la que se distancie de la poesía. Con la tontuna tecnológica, y las exquisiteces
humanísticas que nos faltan, creo que algo de esto es lo que pasa hoy. Desde luego,
no es irremediable. Basta que haya medios y que los estímulos funcionen para
que los devaneos lúdicos y los intereses conceptuales recuperen cierta línea
saludable. Y cierto es que la poesía puede encontrarse en lugares distintos a
la palabra, pero no sólo de cine o de móviles vive el hombre.
Hay que potenciar las
oportunidades de la poesía y de lo poético. No se beneficia ninguna abstracción
más o menos ideológica con ello sino el lenguaje por el que transmitimos
nuestras creaciones y nuestros sueños. Es entonces cuando recordamos nuestra
excelencia y nuestra memoria común.
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