lunes, 9 de marzo de 2020

EL CORAZÓN DEL CLAROSCURO. Obra poética completa de Miguel Ruiz.




  Empleando una terminología a lo Lezama Lima, diríamos que los poetas son los posibilitadores de lo imposible, los que hablan de lo que fluye,  secretamente, en los márgenes; los irrigadores de extensiones insólitas. El poeta edifica mundos allí donde sólo había virtualidad, posibilidad olvidada. El poeta es un rescatador de universos. Como diría Deleuze: un poblador de  territorios.
Esta condición excelente es la que define a Miguel Ruiz, un poeta que nos abandonó hace algunos años y cuya obra poética completa, publicada en un solo volumen por la Fundación Cultural Miguel Hernández, se presentaba este viernes pasado, en las salas de la biblioteca María Moliner de Orihuela.
Miguel Ruiz convirtió los lindes de la huerta donde trabajaba, la memoria de los muertos y los esconces giratorios de la palabra bajo una de sus más barrocas evocaciones, en motivo generador de un universo poético complejo y de áspero curso, tan específico en su radicación ambiental  como legítimo aspirante a la universalidad.
La originariedad estilística, la “pureza” racial de un Miguel Ruiz justifican el estereotipo y la extrañeza: ser un raro, un marginal en las letras de la Vega Baja, incluso de la provincia.
 Pero la confirmación de la infrecuencia de un poeta como Miguel Ruiz, corre el riesgo de convertirse en el consabido elogio de los amigos ante otras producciones líricas más accesibles o comunes. Es por ello que ante la inexistencia de otros documentos, la lectura de los versos de Miguel sean los más eficaces valedores de la singularidad de su obra y obliguen, a quien se atreva a ello, a afirmar la absoluta particularidad demiúrgica de la palabra poética cuando esta se da en un ámbito exento de concesiones o supuestas tendencias, generalmente, conformativas.
Creo que Miguel Ruiz, fue algo especial y cuasi furtivo que le ocurrió a la poesía, un fenómeno tan local como radical en su aventura verbal. Decir que fue un gran poeta,  sería una mera hipérbole. Ignorarlo, comportaría pasar por alto una de las escrituras poéticas más soberbiamente poéticas, valga la redundancia, de nuestros lares.
En Miguel había algo basto y feraz, remoto e indiscernible, algo previo a la lógica de la palabra, al tiempo que coincidente con los momentos más sensibles de esta. Los que le hemos conocido en éxtasis predicativos, damos fe de tal y tan selecto salvajismo.
José Manuel Ramón, José Luis Zerón, Ada Soriano y yo, que corregimos con placer las pruebas de imprenta de esta edición, elegimos el título -  El corazón del claroscuro – proveniente de una de las partes de  uno de sus primeros libros, para intitular el volumen que recoge su poesía completa. Creímos que era el modo más adecuado de nominar una obra cuyas singladuras verbales sólo el distanciamiento del tiempo va definiendo como de las más irreductibles y bellas en la producción literaria de la comarca.



No hay comentarios:

LOS DOS NIÑOS QUE ARRASTRÓ EL AGUA La imaginación intenta en secreto y con una mezcla de vergüenza y temor, recrear alguno de los episodios ...