En
plena pandemia y casi en pleno agosto, sólo a la creatividad más desaforada se
le ocurre sacar a la calle una revista impresa de literatura, yendo no sólo a
contracorriente de las circunstancias climático ambientales que ya conocemos
sino del ralo gusto que disfruta de todo lo que circula por las redes pero que
sueña, secretamente, con la presencia palpable de un volumen, de un libro, de
una publicación no virtual. Y, quizá, sólo a quien tenga por nombre Fulgencio,
quepa imaginar como responsable de tan selecto atrevimiento: los fulgores
intelectivos que reposan en tal nombre han tenido consecuencia en una labor,
ahora, tan complicada, como es esta: la de llevar a cabo una revista literaria
en tiempos de escasez, desánimo y comodidad.
La
revista Ágora lleva una andadura de varios años. Sus pretensiones son claras y
las ejecuta harmónicamente en el espacio que la propia revista propicia. El
número más reciente, este que comentamos, es doble, y no sólo procura reflejar
la poesía que se escribe en castellano o en la península, sino en las otras
lenguas habladas en el país, sumando siempre a ello, una muestra de poesía
extranjera, en este caso, poesía hebrea actual.
Como era
de esperar, la revista despliega los infaltables apartados de ensayo, reseñas,
poesía y narrativa. El subtítulo del número, Un mundo fuera de lo común,
no sólo expresa la riqueza de la creatividad intelectual sino que la potencia. Un
numerazo como este, de 418 páginas, impecablemente editadas, no puede sino ser
testigo de la maravilla de mundos que la escritura y la lectura son capaces de
emprender.
En la
revista hay una inequívoca voluntad pedagógica, nada extraño si tenemos en
cuenta la profesión de su director y creador. Fulgencio es profesor y entiende
que la protesta social tiene que ser una de las implicaciones de la creación
literaria así como elemento influyente a la hora de ser enseñada, esta, en las
aulas.
Este volumen
no podía evitar criticar la recepción de la pandemia en la sociedad, el nuevo
reto educativo y político que ha supuesto la amenaza del virus. Fulgencio habilita
varios textos, de creación propia, alusivos al tema.
Independientemente
de la interpretación cultural, incluso histórica, de un proyecto materializado como
es el de este número de Ágora, existe un aspecto, digamos emotivo y memorial. La
publicación recoge textos de autores nacionales, pero lo que de un modo especialmente
fructífero, ha conseguido es reunir en un volumen a un buen número de escritores
y poetas de Alicante y Murcia, dos Comunidades vecinas.
Nombres
como los de Francisco Jarauta, Ángela Mallén, Joaquín Piqueras, José Antonio Montesinos,
Joaquín Garrigós, José Luis Zerón, Vicente Cervera Salinas, Paz Hinojosa, Ada
Soriano, Blanca Andreu, Luis Alberto de Cuenca, Luis Bagué Quílez o el mío
propio, entre otros, desfilan por las tersas páginas de esta revista,
componiendo un pequeño mosaico de seguidores y cultivadores de la palabra
poética a la luz macilenta de la pandemia como paisaje y pasaje de fondo. Precisamente,
al menos, para un servidor, nada que trascienda más el bajo tono del momento
que una publicación como esta, que un lujo como el que este número representa.
Y la energía fulgurante de nuestro querido Fulgencio no sólo está demostrada sino confirmada, pues ya está pensando en el número que viene. Por todo ello, nuestras felicitaciones: por el trabajo realizado, por los manifiestos resultados y por los motivos ya emplazados a realizar para el futuro próximo. Gracias, amigo.
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