Al erial en que se
convierte Orihuela en agosto, hay que añadirle ese velo de tristeza que la
pandemia ha colocado sobre las cosas, haciendo singularmente amargo el calor de
estas fechas. Pero no todo es un desierto en el enclave hernandiano por
excelencia. En el palacio Sorzano de Tejada nos podemos encontrar, inaugurada
ya hace unos meses, la exposición escultórica de Alejandro Caamaño, cuya
silente presencia confirma la graciosa obstinación de lo artístico en los climas
menos propicios a la degustación de lo simbólico. Y es que este virus nos está
haciendo rácanos de gestos a fuerza de contención. ¿Hasta qué punto la
observación de las famosas medidas de no contagio nos paraliza el ánimo,
coarta el flujo anímico y uno se ve en
la situación de no poder disfrutar de verdad de algo como una exposición por
culpa de tanta incomodidad?
Personalmente vencí el
otro día mi horror al calor, simulando no saber que llevaba puesta la simpar mascarilla,
para poder visitar las salas del palacio y ver las obras de Alejandro Caamaño,
mi antiguo, mi antiquísimo compañero de estudios en el colegio Santiago
Casanova.
Decía Baudelaire que
los escultores son unos brutos.
Bueno, puede ser, quizá de ese modo tan visceral haya que entender un arte tan
contundente como el escultórico.
Lo que Alejandro nos
propone es un despliegue de piezas más bien discretas, la mayoría, en lo que respecta al tamaño. No es una
fruslería, pues se agradece que la escultura pueda tocarse, portarse y llevar
en la mano como un juguete de especiales significaciones. El estatismo de la
obra escultórica ha estado vinculado al peso y al tamaño de la obra, sólo
desplazable gracias a maquinaria y
técnicas.
Es por ello que, en
general, la obra escultórica solo permita ser mirada. Lo de tocarla o
transportarla libremente añade cierta dimensión lúdica a lo que
tradicionalmente estaba destinado a una posición fija.
También es verdad que
algunas de las piezas de la exposición tienden, casi, a la miniatura, sin
acabar de serlo. Se convierten entonces en objetos votivos de una religión
arcaica: la serie de piezas de personajes africanos, o los pequeños personajes
en distintas posiciones, podrían semejar, exvotos íberos redivivos deseando
pulular libremente.
Lo más característico
de la obra de Alejandro Caamaño son esos rostros, esas máscaras que pese a su
aspecto delicado, parecen vigilar no se sabe qué distancia próxima, como
alertando de algo o incluso, denunciando, como ocurre con su obra más
voluminosa y trabajada, en la que cada rostro de distinto color, adosado a una
pequeña esfera del mundo, personaliza
los pecados capitales. Como si fuera una hidra de siete cabezas se yergue
frente a nosotros y exhibe su acusación alegórica, su mensaje fulgurante.
También podríamos
interpretar como una obra protestataria ese motivo que Alejandro trabaja con
cierta asiduidad, el ángel de una sola ala. Y aunque tal protesta habría que ubicarla en
un ámbito más íntimo, no deja de ser una expresión de la belleza dolorida el
que tal figura, un ángel, apenas pueda volar. Qué diría Rilke, para quien los ángeles
son terribles, de un mensajero divino de tal modo castrado o herido…
También hay momentos
para el humor más directo, como esa escultura de un ordenador poblado de
caracoles – se me antoja el ordenador personal del autor – cuyo chistoso título
no puede ser más obvio haciendo juego con la efectividad de la máquina y la
capacidad rítmica del animal: ¡Qué lento
va este ordenador!
Torsos deformes, otros más atléticos abrazándose a sí mismos, simulacros de Venus, personajes más o menos gimnásticos evolucionando por las repisas, esos rostros cuasi oraculares que a veces se conjuntan en urdimbres verticales semidesleídas, perfiles de amantes que surgen mágicamente del centro de una flor sembrada en biombos antiguos…, esto conforma el grueso del animado catálogo de Alejandro Caamaño que podemos encontrarnos en las rizadas salas del palacio Sorzano de Tejada, en Orihuela, hasta el próximo mes de septiembre. Una visitica a la exposición y le ponemos un poco de color y belleza al ambiente, que la parroquia está a medio gas. Recomiendo humilde y poetiformemente.
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