martes, 2 de marzo de 2021

PARA QUÉ POETAS EN TIEMPOS DE PENURIA



Me compro un libro de Ezra Pound, una antología editada hace años por Visor. Conozco la obra de este autor, pero quiero hacer una lectura más exhaustiva. Leo el libro sábado por la noche. Teniendo como horizonte  de fondo la pandemia,  un paisaje de comercios cerrados y un ambiente bastante poco festivo, empiezo a leer:

playas de arena de malaquita,

prados con galgos corriendo alrededor de una diosa,

abismos de ámbar,

troncos de árbol como columnas de mármol en el agua,

mundos rociados por una luz que no es de este sol…

Ante este despliegue fantástico de riqueza, de paisajes y universos mágicos, me sorprende el enorme contraste de los mundos ideales y la realidad de nuestros días, el contraste entre riqueza y pobreza, entre desesperanza y exaltación, entre el sueño y lo que obstinadamente, la pobre cotidianidad ofrece. Ante todo esto, percibo lo siguiente: a pesar de las circunstancias, sean cuales sean, el poeta es el que vigila la gran riqueza simbólica que nos hace destinatarios de la salvación, es el cuidador de nuestra herencia y del lenguaje, el guardador, como diría Lezama Lima, del poder imaginativo de la palabra. ¿Pero, hasta dónde es legítimo que en época de sufrimiento y enfermedades, el poeta siga evocando suntuosidades insólitas, cómo debe comportarse el poeta en tiempos de muertes continuas como este?  Me viene a la cabeza aquél interrogante que Hörderlin se lanzaba a sí mismo: ¿para qué poetas en tiempos de penuria?, y al que Heidegger, mucho tiempo después, contestaba: el poeta es la voz del pueblo y de los dioses, el que labra y consigue tales vehiculaciones únicas. . Aunque la poesía no nos haga ricos, aunque la poesía no nos cure, indirectamente sí lo hace al rescatar y preservar una función que luego agradeceremos por siempre.


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Qué poder revelador tienen las palabras. Una prima mía me cuenta cómo le ha impresionado una mala noticia que ha recibido. Me dice que la desesperanza que le ha provocado la noticia, le ha llevado a un estado de angustia: sus referentes religiosos se han cubierto de sombras al no contemplar solución a lo que se ha enterado. Yo, al escucharla por teléfono, y oír el término angustia, siento un estremecimiento: acaba de definir, sin saberlo, mi estado más íntimo en estos días. Andaba pensando en las causas de mi malestar, en las probables soluciones a mi situación, y ha sido al escuchar la palabra  “angustia”, en la que no había reparado, cuando descubro el porqué de mi desolación secreta, cuando hallo una definición al cómo, de verdad, estoy.

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Noche de sábado. Noche de pandemia. Poc gente por la calle pero que hace el efecto de mucha al animar el ambiente. Transito por los andenes. Los pocos que somos hacen que parezca que casi nos reconozcamos como los miembros de una pandilla, la pandilla que se atreve a salir a pasear la noche del sábado, antes del toque de queda. La temperatura no es hostil. En las calles que se extienden paralelas al andén que parte de la estación, sobre el perfil en sombra de los edificios, descubro una luna urbana extraordinariamente grande y redonda. Parece colocada en las azoteas, como si fuera un globo luminoso. La voy siguiendo conforme ando y franqueo bloques de pisos. Lamento no llevar conmigo la cámara. Me siento como los viejos poetas bohemios, emborrachados de poesía, noches de luna y huérfano de destino. También los vampiros y los criminales, marchan tras el hipnótico satélite en sus escabrosas aventuras. Doy vueltas por una Orihuela  silenciosa y señorial, en una sedosa noche de luna llena. Al llegar a casa, leo poemas de Baudelaire.

El poema El vino de los amantes, me atraviesa, me llena de luz y de felicidad, de promesas de éxtasis futuros. Quizá sólo así, con el poder de estas fantasías, sea posible, para algunos ingenuos, seguir adelante. Pero, ¿quién interpreta la poesía como lugar inteligible de la esperanza, como residencia perdida de la soberanía?    


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