Es muy probable que la reivindicación feminista pueda degenerar en mero discurso y como tal instalarse junto a otros de carácter semejante que actualmente puedan llegar a ser interpretados por algunos sectores como “impositivos”. Pero tengamos en cuenta que tal fenómeno no invalida la causa del movimiento pues en nuestro caso, el objeto que el feminismo reivindica está lejos de resolverse humana e históricamente, lo que indica que es la recepción pasiva y acumulativa de mensajes lo que pervierte el alcance racional que se pretende. Precisamente la labor del artista debe consistir en articular una obra que trascienda el mero discurso para crear una órbita propia: la de la impresión en el espectador. Creo que la artista Diana Larrea lo ha conseguido: trasponer la denuncia en una representación, a pesar de que su obra expuesta esté tan notoriamente implicada en una reivindicación, seguida y multiplicada ostensiblemente por los medios y el consenso social.
Lo
que nos encontramos en la sala Las Verónicas es una doble exposición: por un
lado, la de unas diapositivas que nos van informando con el nombre y el retrato
pictórico o fotográfico de las artistas que partiendo de la Edad Media hasta el
siglo XX, la historia del arte no ha registrado o ignorado; y por otro,
significativamente, la del negativo de tales retratos, en las paredes de la
sala. Mientras que divisamos el goteo constante de nombres y fechas en las
diapositivas, y nos acompaña la
presencia espectral de tales mujeres en sus imágenes en negativo, suena
envolvente y sublime la música de una de esas mujeres perdidas en los
vericuetos del tiempo y la historia: Hildelgard Von Bingen.
Vagando
por la sala o sentándonos en los cubos dispuestos para ello, la impresión que la
exposición logra es la de una suerte de de resurrección. Los nombres y los rostros
de las artistas, de cuya gran mayoría no teníamos apenas noticia, afluyen,
continuas, a nuestra mirada, descubriéndonos
una cantidad sorpresiva de personas que trabajaron ignotamente en pro de la
belleza. La memoria nos regurgita este continente anónimo de artistas que el
tiempo no ha podido seguir sepultando y que llegan, en esta especie de furtiva
hora de la verdad, solicitando tan sólo una cosa de nosotros: reconocimiento.
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