martes, 1 de marzo de 2022

LAS VÍVIDAS FANTASMOGÉNESIS DE TOMY CEBALLOS



Cuando parecía que la experimentación en el ámbito de las artes plásticas, era una antigualla, uno se encuentra con la sofisticada e imaginativa obra de Tomy Ceballos y redescubre el entusiasmo por aquellas prácticas.

En la sala Las Verónicas, en Murcia, se inauguró hace unos días una muestra antológica de la obra de Ceballos que explota las más innovadoras técnicas: video, fotografía, dibujo, arte digital, instalación, etcétera.

El título de la exposición, La huella es el molde de la ausencia   no es un lema ideado caprichosamente.  La obra de Ceballos se caracteriza no por la representación del objeto sino por el rastro que deja su impresión o su contacto sobre las diferentes superficies que de este modo instantáneo, recogen la huella de tal objeto o del cuerpo que ya no está. No se trata de un arte que meramente potencie lo furtivo sino de una búsqueda fascinada de lo más delicado e inalcanzable de las formas: su aura.

Desde imágenes de rayos X hasta fotogramas, video proyecciones y focos luminosos: de todos estos medios se vale la investigación de Ceballos para circunscribir el espacio ceremonial de la huella y de la ausencia.





















En la sala individual, en el espacio que se encuentra tras las celosías,  hallamos una de las muestras más elocuentes de esta especialidad de Ceballos en recoger el estricto contacto de lo ausente. Se trata de impresiones directas de olas del mar sobre papel fotográfico de gran sensibilidad, es decir, de piezas artísticas en las que, buscando la mayor pureza y originariedad del fenómeno artístico, Ceballos ha prescindido de la utilización de la cámara.  Parece claro que el artista murciano no se dedica meramente a esperar el resultado de lo que pueda surgir en el papel sino que sabe controlar lo que podría convertirse en un mero producto del azar al manejar con destreza unas técnicas que tienden a configurar un tipo de mundo. Lo interesante de la experimentación de Ceballos es que consigue que los materiales, y  la propia naturaleza respondan creativamente a sus tanteos, emergiendo de todo ello un universo específico de formas en dinámica evolución. Tal universo ha perdido toda gravidez, pero ese es su sello constitutivo: ser roces temblorosos, apenas huellas de una conformación fantasmática y cuasi fugitiva. Ahí reside lo paradójico de la huella: ser lo permanente de algo instantáneo.    

   






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