Imposible
prescindir de Baudelaire. Es demasiado denso y preciso, ineludible y generoso,
vulnerado y rebelde, ideal y sacrificado, próximo y único.
Me
gusta Baudelaire porque es el mayor cómplice del lector futuro. Su entrega
apasionada e hiperlúcida a su material poético, al mundo que le rodeaba,
atraviesa todo estatismo contemplativo y asume siempre el carácter de una
protesta. Todo lo que Baudelaire observa, lo hace con tanta pasión como
inteligencia. Su racionalidad le sirve para que ningún detalle escape a la
investigación de su origen, su pasión para que se efectúe la comunión con la
belleza o el dolor que sus poemas pretenden representar o comunicar.
Ya
hable de personajes urbanos, de crepúsculos o de vampiros, del amor o de la
lujuria, del tedio o de los paraísos artificiales, su impregnación como autor
que crea o como hombre que sufre, hace que su mundo se encarne en un escenario
tan vívido como crítico, superreal, en suma….
Baudelaire,
como todo gran poeta se desespera. Lo tremendo es que ese es su grado de
sensibilidad habitual. El mundo ofrece aspectos intolerables, repulsivos,
lamentables. Él solo percibe el mundo de este modo, un mundo que evidentemente,
no le gusta y ante el cual uno no puede sino huir. La huida al refugio de la
belleza, el arte, el sexo, o el viaje considerado un bien en sí mismo, casi sin
destino, el viaje en tanto que viajar implica escapar de las podredumbres que
te rodean en tu vida cotidiana.
Por
ello Baudelaire es tan radicalmente moderno, porque ante las condiciones
exasperantes de un mundo que se sume en la tristeza y en la miseria, aconseja
embriagarse, embriagarse con o de lo que sea con tal de trascender mínimamente
ese espacio vital decadente que nos ciñe y limita.
Baudelaire
no defrauda, sino que continúa desde su tenso ayer alcanzándonos con su acusación
de un universo culpable de sus males y gritando su deseo de salvación y
belleza.
La
magia de Baudelaire reside en que con su arte cerca un mundo con tanta
exactitud anímica e imaginal que lo brinda con semejante sello de autenticidad
a ese lector del devenir que, de pronto, somos nosotros que nos hemos
aventurado a viajar a través de los pasajes de la historia y de la literatura.
Las
lecturas que un Walter Benjamin hizo de su obra y de su figura justifican su
referencialidad. Una bibliografía de los protagonistas de la modernidad estética
redunda en su nombre como autor y testigo de la misma.
Yo
leo a Baudelaire con el placer de asistir a un mundo tan crispado y denudo como
bello, en definitiva, tras el trance de su existir. Las conexiones de ese mundo
con el nuestro evidencian una magnitud de la experiencia humana generosa en el
muestrario de sus convulsiones y metamorfosis.
El
siglo XIX parecía tranquilo y ensoñadoramente burgués, hasta que Baudelaire
constató la incomodidad, el secreto desasosiego que se deslizaba bajo el baile
de máscaras. Por tal atrevimiento juzgaron de malsanas sus Flores del mal llevando a
juicio a su autor y prohibiendo su publicación.
Con
más o menos descaro, yo ahora, disfruto de los poemas y de las escenas
baudelerianas, sin atreverme a afirmar que todo mal pueda ser conjurado por la escritura
y ser límpidamente poetizable. Con mi lectura gozosa no quisiera sino afirmar
el vibrante legado de un poeta brillante y el modesto homenaje de los lectores a
quien ocupa el trono, envuelto en lunas rojas y crepúsculos, de ser el primer
poeta maldito.
3 comentarios:
te leemos
te leemos
Lo tengo en cuenta. Muchas gracias.
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