No
conocía este libro de Cioran y es, desde luego, otro bombazo más de
hiperlucidez y cabronismo intelectivo
dirigidos contra todo y contra todos. Hace años, me hice un estereotipo de este
escritor que determinó mi recepción de sus obras y de su propia figura: un
especialista en abismos, un imitador de los ensayistas abismáticos franceses, un
sádico que utiliza el pensamiento más descarnado para fustigar todo motivo,
concepto o hecho.
Luego
me di cuenta de la caricatura que había hecho del escritor, y de lo injusto, a
fin de cuentas, que resultaba juzgarlo desde cierta interpretación avisada,
como también me di cuenta de lo enormemente reveladores que son algunos, casi
la mayoría, de sus aforismos y de que más allá de ser un pensador o un
ensayista, Cioran es un ermitaño doliente, un poeta de la visceralidad
intelectual.
Apunto
este último detalle porque los textos de Cioran rebosan de una escritura
incansable que se dedica a desnudar todo aspecto que se coloque en su foco de
atención, llevando a cabo un cruel ejercicio de lucidez. Tal lucidez es
continua, es decir, cualquier punto que analicemos de sus textos, cualquier
párrafo o pasaje que elijamos para su lectura, no cesa de llevar a cabo esa
operación de despellejamiento con contundencia. Aunque algo de Cioran o todo él
nos disguste, al leerlo en profundidad, - el grado de percepción en el que el autor
siempre habita - no podemos sino
confesar que tiene razón a pesar de todos los peros. Cioran no defiende un
ideario ni pretende subvertir nada: da testimonio del crudo lugar que habita su
espíritu, preñado de inteligencia incisiva.
Tampoco
creo que haga proselitismo de la oscuridad irremediable de la vida o de la desesperanza.
Como digo, a pesar del destrozado campo
de batalla que deja tras sus incursiones, uno se teme que no exagera y que, con
su etilo o a pesar de él, dice la verdad. Es más, si conceptuáramos a Cioran
sólo como un escritor y afirmásemos que toda la contundencia de su obra es mero
ejercicio de estilo, tal cosa no restaría nada a la calidad y verdad de sus
fulgurantes balances.
No
todo es pesimismo en las reflexiones de Cioran, también percibe matices en las
obras y personas de los hombres que se prestan a la persistencia esperanzadora y
con escueta precisión lo señala. Cioran no se demora en teorías ni en la
defensa de determinados principios: es la vida su trémulo objetivo que se le
muestra en su crudeza, en su aturdida belleza y abismamiento.
A
mí, personalmente, tras haberlo redescubierto y disfrutando de su lectura, sólo
me molesta un poco cuando se aproxima peligrosamente a cierto matonismo o
reincide en el señalamiento de nuestras heridas morales, cuando parece que se
presente como un hábil destructor de todo valor que la sociedad ensalce
ciegamente. Ahí es en donde su notable capacidad crítico-reveladora parece meramente
redundante. Aunque, claro, es normal que alguien que posea en grandes medidas
cierta virtud, peque por mostrarla más de una vez.
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