jueves, 18 de enero de 2024

DESGARRADURA Emil Cioran



 

No conocía este libro de Cioran y es, desde luego, otro bombazo más de hiperlucidez y cabronismo intelectivo dirigidos contra todo y contra todos. Hace años, me hice un estereotipo de este escritor que determinó mi recepción de sus obras y de su propia figura: un especialista en abismos, un imitador de los ensayistas abismáticos franceses, un sádico que utiliza el pensamiento más descarnado para fustigar todo motivo, concepto o hecho.

Luego me di cuenta de la caricatura que había hecho del escritor, y de lo injusto, a fin de cuentas, que resultaba juzgarlo desde cierta interpretación avisada, como también me di cuenta de lo enormemente reveladores que son algunos, casi la mayoría, de sus aforismos y de que más allá de ser un pensador o un ensayista, Cioran es un ermitaño doliente, un poeta de la visceralidad intelectual.

Apunto este último detalle porque los textos de Cioran rebosan de una escritura incansable que se dedica a desnudar todo aspecto que se coloque en su foco de atención, llevando a cabo un cruel ejercicio de lucidez. Tal lucidez es continua, es decir, cualquier punto que analicemos de sus textos, cualquier párrafo o pasaje que elijamos para su lectura, no cesa de llevar a cabo esa operación de despellejamiento con contundencia. Aunque algo de Cioran o todo él nos disguste, al leerlo en profundidad,  - el grado de percepción en el que el autor siempre habita -  no podemos sino confesar que tiene razón a pesar de todos los peros. Cioran no defiende un ideario ni pretende subvertir nada: da testimonio del crudo lugar que habita su espíritu, preñado de inteligencia incisiva.  

Tampoco creo que haga proselitismo de la oscuridad irremediable de la vida o de la desesperanza. Como digo, a pesar del destrozado  campo de batalla que deja tras sus incursiones, uno se teme que no exagera y que, con su etilo o a pesar de él, dice la verdad. Es más, si conceptuáramos a Cioran sólo como un escritor y afirmásemos que toda la contundencia de su obra es mero ejercicio de estilo, tal cosa no restaría nada a la calidad y verdad de sus fulgurantes balances.

No todo es pesimismo en las reflexiones de Cioran, también percibe matices en las obras y personas de los hombres que se prestan a la persistencia esperanzadora y con escueta precisión lo señala. Cioran no se demora en teorías ni en la defensa de determinados principios: es la vida su trémulo objetivo que se le muestra en su crudeza, en su aturdida belleza y  abismamiento.    

A mí, personalmente, tras haberlo redescubierto y disfrutando de su lectura, sólo me molesta un poco cuando se aproxima peligrosamente a cierto matonismo o reincide en el señalamiento de nuestras heridas morales, cuando parece que se presente como un hábil destructor de todo valor que la sociedad ensalce ciegamente. Ahí es en donde su notable capacidad crítico-reveladora parece meramente redundante. Aunque, claro, es normal que alguien que posea en grandes medidas cierta virtud, peque por mostrarla más de una vez.

 

 

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