martes, 5 de marzo de 2024

 



 INCONVENIENTES DE UNA POESÍA UNIVERSALISTA

 

El inconveniente de una poesía con pretensiones universalistas consiste en contentarse con esa sola pretensión antes que ser una poesía verdaderamente universal. No se trata de una perogrullada.

Este detalle me saltó a los ojos cuando leyendo el notable volumen que contiene la poesía completa del colombiano William Ospina, comencé a experimentar, tras momentos de indiscutible disfrute, cierta sensación de saturación que no lo daba la cantidad de texto leída sino el carácter o las ambiciones de los poemas mismos.

No conocía a este autor. Me encontré este volumen en la librería de un centro comercial. Apenas lo hojeé, lo adquirí, arriesgándome a que no me gustara, pues sólo compro libros de un desconocido si logro ubicarlo un poco,  - estilo de escritura, temática, etc…-  pero, en este caso, acerté. Ospina es un poeta en quien la impronta borgiana se percibe, a veces, bastante. No sé si es una influencia directa o si la asimilación de lecturas produce este efecto mimético.

Su estilo rebosa calculada inteligencia métrica aplicada al dominio de los versos y su temática es la infinita materia de la historia mundial, del arte y la literatura. Hoy, como acabo de confesar, leyéndolo y releyéndolo, tras un rato de disfrute, he sentido cierto hartazgo o cansancio. Este cansancio obedecía al carácter formal, a pesar de todo, de Ospina, es decir, al carácter estrictamente literario y calculado de sus textos. No es un tipo de poesía confesional, ni experimental, es decir, que aluda a los sinsabores o placeres secretos del sujeto, sino que evitando los procelosos territorios del yo, su obra poética  se fija en los episodios significativos de la historia, de las guerras, de los descubrimientos  y distintas colonizaciones. Es decir, Ospina persona, sintiente y percibiente desaparece bajo la admirablemente trazada advocación intelectual. No hay anécdota personal que nos diga algo sobre la subjetividad del que escribe: todo el poder verbal se conjunta en motivos históricos, culturales, es decir, foráneos…  A grandes rasgos esta es la impronta borgiana: no hablo de mí sino indirectamente de mí mismo a través de las lecturas de libros de otros, de sucesos bélicos, de acontecimientos de distinta índole, de los distintos símbolos que articulamos y que nos encarnan…

Cuando el yo se nos arrebata del seno del poema siendo sustituido por el suculento enjambre de hechos y obras significativas de otros en otros marcos del tiempo, personalmente acabo por reclamar una sensibilidad que me haga inteligible o cercana tales perspectivas.

Confieso que mi sentir es romántico y creo que las verdaderas aventuras del espíritu se cuecen en el horno de las sensibilidades personales, en el corazón del individuo exaltado o angustiado, no tanto en la cómoda y enjundiosa soledad de la biblioteca. Alguien me dirá que una cosa o la otra no afectan a la calidad literaria. Sí, es cierto. Yo solo he anotado una reacción natural ante la lectura de tan acabados y plenos poemas, los de Ospina, un profesional de la literatura. La cuestión está en lo siguiente: ¿hasta qué punto puedo yo hablar en nombre de los faraones de Egipto, de los comunistas en tiempos de los zares, de los indígenas del Amazonas? 

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