Estoy
visionando un film coloreado de Segundo
Chomón de 1907. Entonces, en ese
año, mi abuelo tenía exactamente siete años, pues había nacido con el siglo en
1900. Supongamos que mi abuelo hubiera visto esta misma película. Al ser muy
difícil o imposible que pudiera visionarla tiempo después en una sala de cine,
mi abuelo, quizá veinte o cuarenta años después de haberla visto por primera
vez y última, tendría unos recuerdos cuasi remotos de las imágenes de aquel
film fantástico. Yo, en cambio, no sólo puedo visionar la mayoría de los films
de Chomón sino que puedo hacerlo desde mi casa y desde mi habitación, es decir,
visionar tales películas cuando y donde me apetezca y las veces que quiera.
¿Supone
esto que, con respecto a otras receptividades, mi sensibilidad es mayor o posee
más capacidad?
Lo
que pretendo es destacar el abismo existente entre lo que podría denominar la
memoria emotivo-visual de mi abuelo y de
la gente de su época, entre la capacidad
receptora del público de entonces y el
acopio de imágenes de nuestra receptibilidad actual, que no sólo ha estado más
tiempo sometida a estímulos de todo tipo, además del visionamiento indelimitado
de films sino que dispone de medios nuevos en el acceso a imágenes y
filmaciones a lo largo de todo el planeta.
Si
se me ocurre, por tanto, comparar el recuerdo nebuloso de mi abuelo adulto de
la película que vio de niño y ya no pudo visionar más, con la facilidad pasmosa
con la que yo me paseo por los archivos fotográfico-fílmicos internéticos de los
últimos 160 años, se pondrá al descubierto qué tempo psíquico es el que cada
uno ocupa, la cantidad apabullante, la lluvia innumerable de percepciones a la
que puede someterse mi resistencia sensorial frente a la menor receptividad
cuantitativa de sensibilidades pretéritas. La mente de mi pariente se movería,
sometida sólo por los impactos de su tiempo: la prensa, la radio o, en sus
últimos días, la televisión. Mi abuelo falleció en 1977.
De
todos modos se me puede contrargumentar diciendo que es una ilusión querer
conocer los límites fácticos de la memoria de mi abuelo, que la cantidad de
imágenes y películas que yo he podido ver y registrar en mi memoria emotivo-sentimental
no supone la mayor o mejor envergadura de la misma.
La
velocidad y la cantidad actuando sobre la sensibilidad, implican una
potenciación de la dinamicidad del mundo en el que estamos y que procuramos
definir. Los paisajes, anécdotas, personajes de los que puedo tener conciencia
a lo largo de cualquier punto del globo se multiplican con tendencia al infinito y la
recepción diferenciada de todo este material puede determinar la creación y la
calidad de un conocimiento del hecho humano que vaya más allá de la mera
acumulación informativa. Poseer una biblioteca infinita de imágenes debe
presumir no una inercial saturación sino la aventura directa del conocer a
través de las formas sociales y su representación viva.
Es
cierto que viendo por la red el film de Chomón, no sólo puedo visionarlo las
veces que me apetezca sino que puedo pararlo en donde quiera, bien porque sí o con
el objetivo de percibir con más nitidez algún detalle que me interese. Lo que
me pregunto es si estas posibilidades que me ofrece la tecnología me dan algún tipo
de estatus cognoscitivo real con respecto a disponibilidades pasadas, si
podemos calificarnos de superiores
comprándonos con nuestro prójimo de
décadas anteriores.
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