Pensamiento del día: a veces tengo la sensación de que humoristas, políticos, personajes sociales están pagados por alguien para dar siempre la misma y pobreteril versión de las cosas.
jueves, 25 de junio de 2015
martes, 23 de junio de 2015
MI PEQUEÑA GRAN ENCICLOPEDIA
De
pequeño, yo descubrí el mundo con Mi
pequeña Enciclopedia, obra escrita e
ilustrada en 1961 por Herbert Pothorn, arquitecto y dibujante alemán. La obra
constaba de un volumen introductorio, dividido temáticamente y otros diez,
ordenados alfabéticamente, lo que convertía esta enciclopedia infantil en una
suerte de infinito diccionario enciclopédico. Publicada por Plaza y Janés en
1965, esta obra, - particularmente, el espléndido primer volumen
- , se convirtió en una fuente de fascinación continua a esa edad en que el
mundo es siempre bueno, bello, enigmático e inabarcable. No sé si a aquella fascinación contribuyeron de modo
específico las ilustraciones de Pothorn, o, si, en el caso de que las ilustraciones hubiesen sido otras, mi
disfrute de las páginas de la Pequeña enciclopedia, hubiera variado. La cuestión
es que hoy asocio los primeros años de la década de los sesenta, los pantalones
de pitillo y las zapatillas de los personajes dibujados por Pothorn a una
suerte de Arcadia no ya meramente pictográfica, sino sentimental y mágica. El acierto del trabajo de Pothorn se
debía a un dibujo sencillo pero efectivo y a un texto algo sorpresivo, con un
ligero toque de humor que inducía al niño a percibir los contrastes de las cosas.
Las
ilustraciones en las que me gustaba demorarme, tanto que incluso ahora me
siguen gustando y estimulando, eran las referentes a las estructuras de las
casas y a los diseños urbanísticos. Libros como La poética del espacio o
Especies de espacios, por ejemplo, la primera de Gaston Bachelard y la segunda
de George Perec, se convocarían aquí al son de este gusto infantil por los
escondrijos, lo laberíntico, las estructuras, los entramados, las habitaciones,
etc.. Es ya un tópico, pero a propósito de las obras citadas, no dejo de
acordarme del pensamiento de Freud, para quien este gusto por deambular o
esconderse por los mil y un escondites de una casa reproducen el placer intrauterino
del niño fluctuando en el seno materno.
Viendo estas ilustraciones, imaginaba la vida de cada personaje, cómo eran sus destinos según sus profesiones, en un imaginario país que era cualquiera, un país universal.
La fascinación por la casa moderna: el laberinto doméstico. El gusto por perderse: desde el desván, donde se guarda el caballo de madera, hasta el sótano, donde casi nunca se baja. Fascinación por el orden , por la colocación de los objetos, por la ubicación de los espacios que van a habitarse. El mundo como un puzle. Esta ilustración me gustaba, particularmente, al tiempo que me producía cierta leve desolación.
La fascinación por la casa moderna: el laberinto doméstico. El gusto por perderse: desde el desván, donde se guarda el caballo de madera, hasta el sótano, donde casi nunca se baja. Fascinación por el orden , por la colocación de los objetos, por la ubicación de los espacios que van a habitarse. El mundo como un puzle. Esta ilustración me gustaba, particularmente, al tiempo que me producía cierta leve desolación.
Festejar la vida de todos los días a través de secciones temáticas. La biblioteca como un pulcro espacio de fruición interior.
El mundo de la gran ciudad. Universo de pasadizos, pasajes subterráneos, puertas y compartimentos. El dinamismo del mundo exterior tenía terminaciones activas bajo tierra. La exactitud del dibujo subrayaba el orden de la distribución de estos espacios múltiples.
Esta era mi ilustración favorita. Mundo de ventanas, de interiores iluminados. Sobre el placer de pasear al crepúsculo y detenerse ante un edificio con ventanas iluminadas, imaginando quién vive y se mueve dentro, han escrito Strindberg y Leopardi.
jueves, 18 de junio de 2015
DIARIO
Si
no escribo, desaparezco.
No
recuerdo exactamente si fue Cortázar o Carlos Fuentes, quien dijo que para leer
o abordar la obra de Lezama Lima se necesitaba de cierta ingenuidad. Supongo
que se referirían a esa ingenuidad de índole poética que nos hace permeables a
una percepción nueva, fantástica de las cosas. Una ingenuidad que supusiera esa
capacidad de asombro para poder ver en el trazado de un relámpago las eras
culturales que se han sucedido en Europa y que Lezama Lima sabía tan
exquisitamente describir. La ingenuidad necesaria para observar el fenómeno de la
cultura como un acontecer cósmico.
La
oscuridad no tiene lados.
Ya
se sabe que es posible provocar los sueños. Estimulado por ello, hago un
experimento. Antes de acostarme, me pongo la película Odisea en el espacio 2001.
Me fijo, particularmente, en el famoso monolito, que, en la ficción fílmica, es
el perturbador elemento que trasciende el tiempo histórico. La significación
temporal de ese objeto, influye en el sueño que esa noche, efectivamente, tengo.
Sueño
que estoy en Santa Ana del Monte, convento de la ciudad de Jumilla, en el que
ingresé en 1981 como postulante. En el sueño, me encuentro, efectivamente, en 1981. Entro en el
convento junto con otras personas que han venido para visitarlo. Hay turistas
que andan de un lado para el otro. Hace un sol esplendente. Yo observo con
alucinación todo lo que me rodea. 1981 es como una forma más de presente. El
dinamismo y la contundente luz, alejan toda flatulencia melancólica y me
convencen de que no me estoy diluyendo en ningún triste pasado. Pero a pesar de
ello, sé que estoy visitando algo que fue y que no puedo ya modificar, que hay
una barrera leve entre mi persona y la gente que se mueve conmigo. Descubro una
playa cerca del convento, entre los pinares. Hay mucha gente que ha acampado
allí y se está bañando. Miro fascinado a la gente. Se mueven, ríen, hablan, se
meten en el agua, delante de mí, pero esto es algo que ocurre en ese pasado que
de, pronto, visito. Yo ignoraba la
existencia de esta playa, y lo interpreto como una novedad del pasado que aleja
una imagen cerrada, conclusa, triste, de lo que fue. En el sueño, me veo en la incómoda y algo angustiante circunstancia de encontrarme y convivir con los religiosos como si todo el futuro que ya se cumplió en mí, no hubiera tenido lugar.
Los
chistes del tal Guillermo Zapata, por fortuna ya ex - concejal, no tienen nada
que ver con el humor, ni siquiera con el humor negro. Son meras reacciones en
la logosfera internética, saturada, podrida de moda periodística que olvida a
los protagonistas verdaderos, de carne y hueso, de su hemorrágica industria de
noticias. Revelan esa decadencia amarga del postmodernismo más deleznable y
penoso. La frivolidad insostenible de hacer chistes sobre el genocidio nazi o
el terrorismo, no obedece sino a la provocación que la enormidad de tales
hechos produce en un supuesto foro que precisa llenarse no de exposición de
razones sino de enunciados continuos. Nada más gratuito e imbécil que ensañarte
con los tuyos porque sí, es decir, por puro hastío, por confusión en los destinatarios de los mensajes, por el autismo de la escritura.
Por
el delicado velo discurren las pronunciadas arrugas.
Hago
abstracción del mundo para poder comprenderlo
Creía
que el agua se cansaba de ondularse, pero no: era otra ola.
La
fruición se lamenta de las lenguas secas
martes, 16 de junio de 2015
martes, 9 de junio de 2015
EL RIN
En
1838 Victor Hugo emprende un viaje a Alemania. Su intención es recorrer el país
y sus ciudades más importantes surcando el Rin. El río adquiere en el texto de
Hugo una fuerte y multidireccional metaforización: no sólo es motivo natural de
belleza atravesando frondosos lugares, sino vehículo de leyendas locales, línea
divisoria entre la Europa meridional y la septentrional, frontera de enclaves
históricos, guía móvil de ruinas de castillos y
palacios, ciudades y pueblos impregnados de historia, edificados a sus
orillas. El Rin es un relato de la
belleza de la historia y de su espectralidad: batallas y ruinas.
El
libro se articula en forma de cartas que el escritor dirige a un amigo, a quien
hace confidente de sus rutas y sorpresas. Hugo advierte que no viaja como un
turista sino que tiene un concepto cultural y comunicativo del viaje. Va a
Alemania para recuperar vínculos culturales, para hacer encantado recuento de
los numerosos puntos con los que la historia antigua y moderna ha sembrado estos fecundos parajes.
La
cantidad de nombres de caudillos, margraves, jefes y príncipes hacen cierto
efecto estético de cascada verbal que como el caudal del propio Rin se
esparciera en la memoria del tiempo y que Hugo también quisiera atravesar
aunque sólo fuera por medio de su evocación. La mención y descripción de ruinas
casi parece una sección temática. Aquí, Hugo no puede ser más típicamente
romántico y hace fácil el examen de las obsesiones de ese movimiento.
Resulta
curioso encontrarse con la breve descripción de una sensación que yo también he
experimentado cuando inspeccionaba casas abandonadas en las landas
torrevejenses en mi adolescencia: “ese olor acre de las plantas de las ruinas
de que tanto gusté en mi infancia”.
Hasta
qué punto el romanticismo de Hugo fundamenta estereotipos, lo comprobamos
cuando al visitar un pueblecito cercano a la orilla del Rin, observa que todos
sus habitantes, desde los niños y jóvenes hasta las personas afectadas de bocio
tienen un vago pero indiscutible aire del siglo XIII en sus semblantes, lo que viene
a ser algo así como que identifica los rasgos físicos de aquellas gentes como los
correspondientes a la etnia representada en las miniaturas medievales
germánicas.
Del
libro, escrito con precisión y humor, emerge una sugerencia: invita a los
europeos a descubrir Europa. ¿Por qué no hacemos lo mismo que hizo Hugo, pero
escogiendo el río Volga, por ejemplo?
jueves, 4 de junio de 2015
Diario. REFLEXIONES MORISCAS
Ceuta.
Sensación
de precariedad, de desbarajuste, de caos, tras haber visto un reportaje en
Antena 3 sobre el famosamente conflictivo barrio de El Príncipe, en Ceuta.
Pensar que “aquello” es territorio español resulta un tanto risible. Cómo no
van a pensar los jóvenes en largarse, en embarcarse en destinos confusos y
peligrosos pero que les produzcan algo de entusiasmo, ante un panorama tan
desolador. Recuerdo que Fernando Arrabal, hace unos años, radicaba la
capitalidad de España en Melilla, ya que en un espacio pequeño conviven las
tres grandes religiones: la judía, la cristiana y la musulmana. Siempre he
pensado que Ceuta y Melilla, son estupendas ocasiones frustradas de cohesión,
de mestizaje cultural. No hay acontecimiento de orden cultural que nos obligue a citarlas aquí, en la península.
El
abandono institucional de aquel paraje ceutí potencia aún más su estado de
peligrosa y desesperanzadora dispersión.
¿Por
qué no organizar allí un concierto superesectacular, algo que dinamite, aunque
sea episódicamente, el ambiente de pobreza y desamparo, y nos permita creernos
la ilusión de que la miseria se aniquila potenciando la vida?
Palabras, consignas.
Sensación
irritante cada vez que los periodistas mencionan la palabra yijad. Parecen
justificarla como un discurso más.
Más
palabras: Alá akbar, Alá es grande". La infinitud
del desierto es, quizá, el soporte remoto de este calificativo. De expresión
estremecida, - también sinónimo del
famoso fatalismo árabe, a ojos críticos -, pasa a convertirse en la consigna
del nihilismo más feroz en boca de los terroristas actuales. Comprendida en un
contexto religioso, es incontestable porque lo justifica todo: el que, por una
casualidad, yo me haga rico o que un terremoto acabe conmigo al día siguiente
obedece al cariz de este enunciado: los designios indescifrables del Señor, a
quien, sea dicho de paso, yo puedo importarle bien poco, en mitad de tales
trances. Si una expresión resulta válida tanto para la confesión temerosa como
para el acto más bestial, una desesperante impotencia se cierne sobre nosotros:
¿qué hacer: censurar ese enunciado, censurar al espíritu que lo produjo,
censurar al lenguaje, no hacerlo ya que este es neutral, censurar las
utilizaciones de este enunciado ya que tales utilizaciones comportan una
mentalidad y una alienación concretas..?
Humor y falta de humor.
Leo
un artículo de Juan Benet sobre el humor publicado en su día por la Revista de
Occidente, en 1962. Benet define el humor como una forma muy refinada de
conocimiento crítico, indispensable para la buena salud de una cultura o país,
y critica su decadencia a través del humorismo profesional ya que el humor
tiene que ser un estado, un ánimo general de la percepción y del sentir, no una
dosificación dirigida desde fuera.
El humorismo producido por los humoristas no
obedece sino a algunos motivos socialmente acordados, pudiendo tornarse muy
prontamente en algo rutinario, incapaz de restituir aquel nivel psíquico que el
humorismo idiosincrásico y soberano ostentaba. Como ejemplos de lugares y
sociedades faltos de la savia del humor, Benet cita la Unión Soviética de las
purgas o la China del momento (de escribir el artículo, obviamente).
A propósito de este tema, para mí siempre ha
sido un enigma la cuestión del humorismo árabe, es decir, de su existencia o
no. ¿Existe el humorismo específicamente árabe? Me dicen que hay humor en Las
Mil y una noches, en la literatura popular. De todos modos uno se pregunta si
no es la falta de humor lo que ha esclerotizado el funcionamiento de las
sociedades árabes, lo que ha impedido ese sano distanciamiento de los códigos
propios. Recuerdo el retrato de Edmundo de Amicis sobre los turcos, en su obra Constantinopla, cuando habla de individuos
sin psicología y de la extinción del pensamiento. En donde falta el inteligente
relax del humor, se robotizan los ánimos, se uniforma estérilmente la sociedad.
La prontitud en escandalizarse ante gestos medianamente libertarios, - obvio el
tema de las caricaturas sobre Mahoma – y la facilidad del anatema como
respuesta, muestran a las claras esta falta de lubricante en la mentalidad
oriental . ¿Por qué no intentan imitar a
los otros orientales, a los chinos, que colocan sus obesos y rientes budas en
las puertas de sus restaurantes? He ahí un signo de permeabilidad. Si no hay
permeabilidad, a la sociedad sólo le toca obedecer ciegamente, convertirse en
un conjunto de robots blandos, reaccionar
sólo a la defensiva, sumirse en la rudeza de los extremos.
Las ruinas de Palmira.
Qué
curiosa coincidencia: ahora que los ejércitos del estado islámico, es decir, un
montón de furibundos iconoclastas y asesinos están sitiando los alrededores de
Palmira, en Siria, arreglaba yo unos paquetes cuando me he encontrado con un
libro que compré hace un par de años en una feria del libro de ocasión y que
había olvidado: Las ruinas de Palmira, de Volney. Ante el confuso período de
conflictos religiosos y culturales que estamos viviendo no vendría nada mal
echar algún que otro vistazo a alguno de los pasajes de esta obra, recuperar
esas antiguallas que son la razón y el
pensamiento laico, instrumentos de los que algún listillo dice que nos hemos hartado,
mientras en otros puntos del planeta aún están en pañales en el vislumbramiento de los mismos. Eligiendo como escenario más que simbólico los
restos de la antigua ciudad de Palmira, Volney cita a todos los caudillos y
profetas, a los representantes de todas las religiones, y les obliga a
dialogar entre ellos para esclarecer qué puesto le toca a cada uno en el concierto
universal y cómo podrán convivir, de ahora en adelante, en paz.
Volney, como ilustrado y librepensador,
defiende un clima de atemperado ateísmo, y les hace recordar a los sacerdotes y representantes de todas las
religiones, teniendo como prueba de sus argumentos las ruinas de la ciudad, es decir, lo que quedó de un gran imperio que se creía inmortal, que
todas – todas las religiones y cultos – tienen una limitada existencia sobre la tierra. El siglo XXI
será religioso o no será, escribió Malraux. Pero los siglos pasarán, y los
milenios, y lo que quedará de nuestros dioses será sólo una herencia de formas.
viernes, 29 de mayo de 2015
OBSERVACIONES POETIFORMES I. LOS RODETES FRACTALES DE LA DAMA DE ELCHE
Evidentemente,
es el descubrimiento científico, el hecho cultural, lo que ingresa o inaugura
la secuencia histórica. Lo descubierto puede haber permanecido en la naturaleza
hace siglos, en espera de esa formulación que lo librara de su estado virtual.
Los fractales son un descubrimiento muy reciente, aunque puedan rastreare, en
el ámbito de la investigación geométrico-matemática, interesantes
vislumbramientos que tendríamos que ubicar un par de siglos atrás. ¿Podría ocurrir lo mismo en el seno de la
creación artística, es decir, registrar el tácito funcionamiento de fractales
como elementos configuradores positivos de la representación artística? Si los
fractales se definen por la autosimilitud
y la iteración, definición, mas bien incompleta y provisional, algo de
ello podemos constatar en el universo de las formas que es el arte plástico.
Infinidad de motivos arquitectónicos, adornos, figuras geométricas, arabescos y
grutescos, parecen evocar funcionamientos fractales o algo muy similar a ello.
Una
casualidad ha hecho que fuera a fijarme en una famosa escultura cuya
fascinación y belleza casi yace enterrada por el sinfín de efigies y copias que
la arqueología popular y el turismo han hecho de ella. Ya lo dije en una
entrada anterior de este blog y lo repito: si hay una escultura invisibilizada
por sus propias reproducciones y el estereotipo, esa es la Dama de Elche.
Podríamos decir que la percepción de la finura, la belleza y la complejidad de
esta escultura ha estado durante bastante tiempo embotada, obstaculizada por
las veces en que la industria nos ha hecho ver la imagen a través de billetes,
recuerdos postales, convertida en motivo patriótico o sello postal. Pero la
vulgarización del misterio no disuelve el misterio. Cuando los parámetros con
los que ensayamos interpretaciones de algo, cambian, ese algo nos surte de
mensajes no esperados.
La
estructura interna de los rodetes de la Dama de Elche insinúan cierta génesis
fractal de la materia. Si los observamos, comprobaremos que los radios de los
rodetes conforman series de casillas cuadradas – que se convierten en
cuadrangulares al estirarse alrededor del homocentro de los círculos - . Este
fraccionamiento del espacio circular que crean los rodetes, se produce en ambas
caras, produciendo esa sensación de cuerpo de tres dimensiones
indeterminadamente agujerado o vaciado, sensación visual que multiplica la
articulación giratoria de los propios radios. Estas dos características se
adaptan a las propiedades de la
definición elemental del fractal: autosimilitud e iteración. Autosimilitud: las casillas o celdillas conformando el
rodete o poblando su extensión;
iteración: la serie de motivos geométricos – las celdillas – reproduciéndose indeterminada e indefinidamente.
Los
fractales describen progresiones de regularidad caótica. Valga la paradoja,
pues cómo calcular regularidades en un ámbito caótico, es decir, impredecible. En los rodetes observamos una continuidad, la
de las celdillas, propiedad fractal, que produce una sensación vertiginosa: la
infinita autofragmentación de la materia, que crece así, de este contradictorio
modo, multiplicándose en fragmentos idénticos a la forma original de la que
parten.
Observando
los rodetes uno experimenta enseguida una sensación táctil que tiene que ver
con este principio contradictorio de la formación de los fractales: independientemente
de su solidez evidente, parecen esponjas. Al tacto visual, la sensación es
grata y curiosa: la compacidad de los rodetes es blanda al estar infinitamente
dividida en celdillas, en compartimentos, en cámaras y recámaras que sumen en
el vacío la forma que crean y atraviesan. Si observamos las celdas de una
colmena, parece que un espacio concreto se congratule en manifestarnos el laborioso
y geométrico vaciamiento del propio espacio que ocupa y es. Podríamos decir que
una colmena es la exhibición de la virtuosa fragmentación del espacio en que
consiste tal colmena. Algo parecido ocurre con las pequeñas cámaras que ahuecan
los rodetes de la Dama.
Las
celdillas dispuestas de modo circular y progresivamente más pequeñas o de tamaño,
al menos, variable, dibujan una espiral
truncada en el mismo centro. En realidad se trata de círculos concéntricos de
celdillas, pero la espiral no deja un tanto de estar insinuada teniendo en
cuenta la proximidad de los oídos y la simbolización expresa de la recepción
ondulatoria de los sonidos arcanos de la que los rodetes se hacen sagrado cargo.
Del
mismo modo que los romanos colocaban en los extremos de los teatros grandes
recipientes de bronce con agua para que el sonido de las voces de los actores
rebotase y se extendiera por las anchuras del recinto, el escultor vidente que cinceló
la Dama de Elche, diseñó una suerte de auriculares litúrgicos de alta fidelidad
gracias a la utilización del sistema fractal.
La distribución de las celdillas como cámaras
vacías girando sobre un centro permitía que se filtraran con mayor limpieza los
flujos ondulatorios del sonido para de este modo poder hacerse eco de las
solicitudes de la divinidad. El poeta visual Joan Brossa colocó unos
auriculares modernos a una reproducción suya de la Dama, sin saber que, lo que pretendía ser un gesto irreverente rendía
tributo a una función sagrada. En el
instante de las evocaciones los sonidos de las cítaras conjuratorias se verían,
a través del seccionamiento sistemático de las celdillas vacías, gratamente
diferenciados entre sí y unidos en un solo flujo final que la radiación de
tales casillas no dejaría de potenciar en vórtices consecutivos.
Podemos
imaginar que las celdillas continúan produciéndose, infinitamente, en las secciones
internas de los rodetes. Eso confirmaría la naturaleza fractal de un objeto
votivo como este. El artista se conformó sabiamente con la sugerencia de ese seccionamiento infinito, peo su trabajo fue lo suficientemente complejo como para que la obra aunara en sí majestad, minuciosidad y delicadeza. La
percepción superficial de los rodetes confirman el fraccionamiento continuo de
la materia y la razón de esta derivación en la configuración de los aditamentos sacrales de la estatua.
Los
objetos matemáticos pueden ser creaciones ideales que pretendan reflejar
ciertos funcionamientos naturales. Lo que no es mera adaptación lingüística es
el orden mayor que el arte, en su inocencia primordial, hace surgir a través de
los eones formales de sus ciclos. Los rodetes de la Dama de Elche efectivamente,
ruedan y ruedan en una soberbia quietud y se seccionan con el movimiento
continuo que los alienta y los configura, del mismo modo que la convergencia
molecular de todos envites del artista han materializado una figura
extraordinaria que es la Dama de Elche. Los fractales sugeridos en los rodetes no
son una casualidad sino el producto específico y lógico de una concreción
jerarquizada de energía. Lo que nos hace pensar que, independientemente de su
definición matemática, los fractales atraviesan la naturaleza y acuden a la
llamada de las musas, desde ese atemporal ahí, desde ese siempre ahí sin
tiempo, como escuadrones de un canon indescifrable. Por ello, podemos afirmar
que también son fractales las ruinas de los grabados de Piranesi, como lo es
el acribillamiento de ojivas de una iglesia, las ramas de los fresnos, los
cirros de una alborada, la frondosidad de una rosa, las espirales melosas de un
ágata, o como lo es el sueño, porque sé
que estoy soñando, porque estoy soñando que sueño y quizá un sueño mayor aún
englobe mis sueños y mi consciencia de esos sueños.
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